miércoles, 12 de octubre de 2016

Sabina, Santuca y Solines.




    A Solines se le caían las lágrimas de los ojos. De un lametazo se quitó el regusto salado de ellas de sus gordezuelos labios al tiempo que se enjugaba la nariz. Los rayos de sol de la mañana se entretejían burlones en su maraña de pelo rizado rubio mate, y ni así conseguían sacarle el lustre a sus apagados cabellos del color de la paja seca. Del recuerdo de su padre retenía tan sólo su último encuentro, y el como se sorprendió a si misma viéndose en el espejo del rostro de su padre. Igual de rubia, iguales grandes ojos azules, de ese azul triste tintado de neblinas... La misma nariz larga y fina, el mismo mentón, de las tres hijas era Solines el retrato clavadito de su padre, un hombre tan guapo que bien podía haber pasado hasta por mujer. Alto y delgado, su envergadura le dio para abrazar a las tres niñas juntas, que en aquel momento tendrían las edades de catorce, doce y ocho años: Santuca, Solines y Sabina. El hombre había humedecido tan tierna y sinceramente las cabezas de sus hijtas con sus lágrimas, que ya no pudieron olvidarle. Fueron años de tantas penurias que en sus sueños su padre siempre apareció como el caballero andante o el mago de los cuentos de hadas, o mejor, el Rey de su mundo de fantasía adolescente, dijera lo que dijera en su contra, la bruja de la tía Sara.
_ ¡Sabina! ¡Ma petite!_ Lloraba el francés al tiempo que intentaba alzar del suelo a su pequeña._ ¡Cuánto has crecido! Yo ya no puedo contigo.
   El encuentro había sido preparado de manera furtiva y en la casa de una antigua empleada de la fábrica donde este señor había trabajado como administrador. Sabina no se acordaba casi de su padre y tuvo miedo de que aquel señor se las llevara con él.
_ Eres igualita, igualita a tu madre. Mirad niñas. Aún llevo su foto, aquí en la cartera, al lado del corazón.
_ ¡Es Mamá! Mamá _ exclamaron felices todas al descubrir una foto nueva de su difunta madre.
_ ¡Qué guapa era!
_ Aquí está más guapa que en las fotos que nosotras tenemos. Fíjate en el vestido._ Advirtió Solines.
_ Esta foto me la dio tu madre de prometida antes de casarnos. Tenía sólo dieciséis años.
_ Qué bonita. Es cierto que es idéntica a Sabina_ reconoció la mayor. Y en esta foto está vestida con colores claros. ¿De qué color era el vestido? Nuestro padre nos lo puede decir. ¿No es cierto que lo recordarás?
_ Cómo olvidarlo. Este era el vestido que llevaba puesto vuestra madre la primera vez que la vi. Era un bonito vestido de seda azul celeste, con los detalles y las rayas de la falda, dorados. Le quedaba divino. Los colores claros resaltan la belleza morena. La conocí un día de la batalla de flores y llevaba puesto este mismo vestido, ya os lo he dicho. Era un vestido vaporoso, veraniego y con mucho polisón detrás, lleno de lazos y de encajes dorados.
_ Como el vestido de una princesa_ dijo alguna de las niñas.
_ Ella era mi princesa y ahora lo sois vosotras.
_ El vestido sería el de los domingos y los días de fiesta, lo más seguro._ Calculó Santuca de forma sensata. Y seguro que se lo hizo la tía Soledad, es una modista estupenda. Nuestros vestidos los hace ella también.
Su padre se echó a reír._ No sé si la culpa o el mérito fue del vestido. Solo sé que me enamoré de ella nada más verla._ Ellas también empezaron a reírse acercándose con más ganas a su padre.
_ Sí que era guapa_ corroboró Santuca_ Entonces ¿A quién me parezco yo?_ Añadió poniendo un gracioso mohín de disgusto.
_ Tú eres una belleza. _ El francés apretó la cabeza de Suca, su primogénita, contra su pecho_ Tú eres igual que mi madre._ Y luego recogiendo en una mano toda la barbilla de Solines y arrugándole el morrito con los dedos puso la nota jocosa._ y a ti, si te pusiéramos un bigote..._ Dijo pensativo_ ¿A quién te pareces tú? Yo no sé a quién se parece esta niña.
_ ¡A ti papá! ¡A tí!_ Exclamó y ahí se abrazó más a su cuerpo y se echó a llorar.

   Recordaba Solines en su congoja como su mismo padre reprimía aquel día las lágrimas, al recordar a la madre de sus hijas, al deshacerse en la dicha de poder abrazarlas de nuevo.
“¡Qué mujer más bruja!” Pensó Solines y le vino a la mente la tía Sara, la hermana pequeña de su madre. “ Si mi padre nos quería ¿Porqué ese empeño en que nos olvidáramos de él?”


   _ Quiero pagaros un buen colegio niñas. Quiero que seáis algo en la vida. Más difíciles y competitivos son los tiempos, más preparadas debéis estar.
Yo estoy tan feliz de haber tenido sólo hijas._ Añadió._ Amigos míos españoles están perdiendo a sus queridos hijos sin haber estallado todavía la guerra. Dicen que va a haber guerra en España Santuca_ en ese momento su padre tragó saliva_ Yo quisiera que vinierais conmigo.
_ ¡No papá! ¡No!_ Prorrumpió Santuca, la mayor._ Tú lo has dicho: Yo soy mujer, aun cuando estalle una guerra en este país ni a mí ni a mis hermanas nos pasará nada. No queremos dejar a nuestra familia papá.
_ Yo lo comprendo. Tenéis tíos, buenas gentes, más buenos que yo. Pero sufro por vosotras. Una bomba podría...
_ ¡No sufras papá! En Laredo tenemos refugio, es el túnel que va al puerto viejo, debajo de la Atalaya y la sirena de la venta nos avisaría en caso de ataque aéreo. Se lo he oído decir al tío. Y las nuevas autoridades, los mandamases del Frente Popular han dado la orden de quitar todos los orines que había contra las paredes.
_ Algunos asquerosos iban a hacer sus necesidades al túnel_ Dijo Sole con cara de asco.
_ Pero lo cubren con las cenizas_ añadió Santuca._ Era para las Roturas, para abonar todas esas pobres huertas de los arenales.
_ De todos modos era un lugar de lo más asqueroso.
_ Y los que no tienen escusado en casa. ¿Dónde vacían ahora los cubos de las aguas negras? Tú eres muy fina Solines. Nosotras tenemos una casa bien. Pero hay muchas niñas pobres que van a comer al comedor social y sus padres se quejan de la nueva orden ¡porque ahora han de vaciar los orinales en el alcantarillado! Y las heces apartarlas en un cubo y taparlas con cenizas en un rincón de la casa y todos los días no van a las Roturas._ Todo esto lo soltó de corrido Sabina, la cual no había hablado nada en toda la ocasión._ El francés explotó en carcajadas.
_ ¿Cómo sabes todo eso?
_ Se lo oí decir a unas niñas en el comedor. Ya lo he dicho.
El hombre torció el gesto. Solines exclamó_ ¡Tú eres tonta! ¡Se lo diré a la tía Soledad! ¿Qué necesidad tienes tú de ir a mezclarte con todas esas?
_ Yo también tengo hambre._ Respondió Sabina de forma descarada. Y yo si que me quiero ir con papá.
Santuca y Solines empezaron a atropellar sus voces como locas.
_ No le hagas caso papá.
_ No le hagas caso, lo que pasa es que Sabina sólo piensa en comer y en dormir.
_ Es una tragona y una floja.
_ Nunca quiere hacer nada.
_ Dejadle hablar niñas, dejadla-.
_ Lo han solucionado._ Dijo Sabina.
_ ¿El qué?
_ Lo de los orines.
_ ¡Y sigue con el tema! ¡Serás chona!_ ¿Lo exclamó Solines o Santuca o las dos al tiempo? El caso es que Sabina, la cual no había dejado todavía su edad escatológica acabó por dar todas las explicaciones pertinentes sin cortarse un pelo, sólo poniéndose un poco colorada.
_ Al Señorito Luis le han encargado de la carretilla.
El Señorito Luis era el típico soltero de familia venida a menos y sin trabajo conocido; pero que había sabido vivir muy bien gracias al cuento que se gastaba, y a sus amistades monárquicas; al menos mientras el Rey Alfonso XII estuvo en España. Luego llegó la República y el pobrecillo se convirtió en el hazmereir.
_ ¿ Qué carretilla?_ Preguntó el francés.
_ La que va recogiendo los cubos con “los bañaos” de las casas sin inodoros. El Señorito Luis ha dicho que no le importa hacer tan importante trabajo, siempre y cuando también los vecinos contribuyan a la preservación de la salud pública bajando sus cubos bien mezclados con ceniza.
_ Claro, claro._ Musitó Bernard Perier._ En fin muchachas, no os avergoncéis. Al fin y al cabo no hace aún cien años que Doña Eugenia de Montijo, española que llegó a ser emperatriz de Francia, mandó construir servicios en el Palacio de Versalles para uso de los nobles señores que meaban en sus pasillos. El preocuparte de cosas aparentemente sucias dice mucho de tu inteligencia práctica, mi querida Sabina.
_ Y de su desatinado sentido de la oportunidad._ Añadió Solines.
_ Sigamos con lo que nos importa_ dijo el padre._ Puesto que no queréis dejar vuestro pueblo, me dejaréis por lo menos que os pague el colegio.
_ Yo soy la mayor.
_ Ya lo sé hija. Tu madre tenía tan sólo dos años más que tú en esta foto. Y nos casamos, ella con dieciocho, yo con veintidós.
_ A mí me gusta ayudar a la tía Soledad con la huerta y las gallinas. Así ella tiene más tiempo para coser y no se le estropean las manos, sino el hilo se le trabaría en las durezas de los dedos. ¡Pero yo puedo coger la azada que no me salen durezas! Mira mis manos padre. ¿Ves que siguen siendo las de una señorita? Solines es más de tienda y de cuentas. Ella empieza a ayudar al tío Santos.
_ ¿Y tú quieres estudiar Solines?
_ Yo sí.



 Y así fue como Solines fue al colegio de Las Monjas Irlandesas, en Isla. Y así fue que volvió con aquellas ínfulas de pintora y artista frustrada que saldrían a relucir muchos años más tarde, y así fue que consiguió que los muchachos más litris del pueblo pusieran sus ojos en ella.
   Entretanto Sabina aprendió, por fin, a no mezclarse con el vulgo. Fue mayor el escarmiento que todos los los reparos de clase, por el desprecio recibido el día en que una monitora del comedor social le quitó el plato de la mesa y la despidió con cajas destempladas acusándola de no necesitar para ella la comida de los pobres. Sabina lloraba de rabia y vergüenza.
_ Te lo habíamos advertido seriamente, niña._ Dijo la tía Soledad.
_ Pues dile a la tíita Sara que me de más de comer.¡Porque yo me quedo con hambre!
_ ¡Será basta y comitrona!_ Renegó la administradora de la casa.
_ La niña está creciendo mucho_ dijo el tío Santos._ No es justo que en esta edad delicada pase necesidades que no ha pasado el resto de la familia, sólo porque son años peores.
_ Pues que no crezca tanto._ Protestó Sara.
_ No digas ignorantadas Sarita._ Yo hija mía te doy mi ración_ añadió.
_ ¡Y usted ¿qué come?_ Preguntó Sara como retando al tío Santos a un duelo.
_ ¡He dicho que mi ración íntegra va a ser para la niña! No se te ocurra ahora repartirla entre todos. Yo, ya me las apañaré.



   Al poco de llegar del colegio, con dieciséis años y recién estallada la guerra se despidió Solines de su novio, el mayor y el más buen mozo de los Buces, unos de los panaderos del pueblo. Y ese joven delgado y aguerrido que pasaba como voluntario al bando Nacional nada más declararse El Levantamiento sería cuarenta años más tarde el armario de piernas torcidas que concebiría a Maru una noche tonta. Pero para eso tendría que pasar mucho tiempo. Menudo lince fue el padre de Maru toda su vida. Él de héroe, mientras sobre los hermanos caía el acoso del Frente Popular, puesto que El Norte seguía siendo zona fiel a La República. De ahí la ruptura de Pepe con sus hermanos y la consiguiente enemistad irreconciliable.



     Al acabar la guerra Pepe entró en el pueblo con los liberadores, gordo, moreno y lustroso. Le habían ido las cosas por así decirlo de manera basta y pomposa, como él era: de puta madre. Siempre fue hábil para reconocer el bando conveniente. Sus hermanos no volverían a hablarle. Chancho había llegado a estar detenido por nada, no se sabe ni que le hicieron, sólo que la pagaron con él el que su hermanito el héroe se hubiese pasado a los contrarios. Chancho, que todavía vive, se casó; pero no tuvo hijos. De sus sobrinos, los herederos son exclusivamente sobrinos de su mujer,  ahí no cuentan tampoco los hijos de los otros hermanos, ni de los de Colás, el cual sí llegó a perdonar a Pepe, ni los de Lola.  Chancho jamás quiso contarle a nadie, ni a su mujer ni a su hermano Colás lo que le hicieron aquellos bestias. Lo único que podía en algo revolver las vejaciones y torturas pasadas era sólo el pensar en su hermano Pepe. De buena gana le habría matado el mismo con tal de no haber tenido que pasar por aquello. Colas tuvo más suerte. Serrano, otro panadero vecino, nombrado por el partido de la zona jefe de intendencia, le encargó del convoy que subía a Castilla a por la harina y así consiguió no hacerse ver mucho. Pero Chancho... Chancho odió siempre a muerte a su hermano mayor.

   Su padre mismo le miraba mal.
_ Pues menos mal que he ayudado a ganar una guerra, que si la llegamos a perder._ Se quejaba Pepe. Para este recibimiento de familia me habría quedado en Barcelona.
_ ¿Y a qué has venido?_ Le respondió el padre.
_ A casarme. Así que vaya usted pensando en soltar la gallina.

   Y el padre le dio lo justo.
_ Usted es un hombre rico_ protestó Pepe.
_ Dale gracias que te doy lo que te doy. Hoy nadie es rico.
_ Pero usted puede darme más. Hablaré con madre, le pediré parte de su dote, aunque sea prestada.
_ Y tú dime: ¿Qué has ganado haciendo la guerra? Haber aprovechado a hacer méritos como otros o ¿No hay ninguna prebenda para el hijo de Venancio Buces? Han sido tus hermanos y el cuñado los que han mantenido a flote la empresa familiar y en medio de muchas calamidades. Yo no puedo darte nada más sin contar con ellos. Y los duros de plata de la dote de tu madre pregúntale a ella dónde están. Si no mataron a Chancho esos bestias igual fue gracias a esos duros. Vete a pedírselos.
_ Esos no eran de mi bando.
_ ¿Acaso los de tu bando eran mejores?
Bestias eran los que usted refiere y aquí seguirían  desgobernando, y amedrentandole a usted y a los de su calaña, a todos los cobardes de este pueblo de mierda ¿Qué ha pasado aquí? Me marché a luchar por unos ideales que me trasmitió usted. ¿ Qué le ha hecho cambiar de idea?
_ No hay más que hablar. Dale las gracias a la futura nuera de mi parte, que deseoso estoy de que te vayas de mi casa cuanto antes.


   La casa familiar y la finca de los Buces en la Pesquera habían sido de las más ricas y prósperas de la zona, lo que la había convirtió en presa favorita de los milicianos, requiso tras requiso quedó poco más que esquilmar después de la guerra; y había que empezar de nuevo. Ni los hermanos querían trabajar con Pepe ni éste con sus hermanos. El viejo Buces pasó el testigo de la panadería a sus hijos y del testamento desapareció la participación que antes de la guerra lo mismo le habría correspondido a este hijo, el hijo mayor. Sólo la madre insistió en que no se hiciera lo mismo con el resto de la hacienda.

Recuerdo haber ido con Maru y su padre a la finca de La Pesquera, y haber corrido las dos por aquel jardín medio señorial, luego abandonado y selvático, mientras su padre entraba en la casa, una gran casona cuya mitad ya amenazaba ruina y a la que el hombre nos impedía acercarnos. Nuestro sitio preferido era la mesa de piedra tallada y los bancos también de piedra bordeados de líquenes o ¿Serían de hormigón hechos de molde? No lo recuerdo. Lo que sí recuerdo es que estaba a la sombra de un cerezo y parecía un sueño aquel parasol de flores blancas flotando sobre nuestras cabezas. También había en el jardín nísperos, perales, membrillos, limoneros naranjos; todo abandonado.
_ ¿Porqué nadie vive aquí?_ Le pregunté a Maru.
_ Esta casona es de mi padre y de sus hermanos; pero mi padre sólo se habla con Colas y con la tía Lola, y no quieren vivir juntos.
Así que era de todos y de ninguno.
_ Mi padre quiere comprarles su parte y ellos no quieren vendérsela. Sobre todo el tío Chancho, el hermano pequeño de mi padre, ese es el peor. Se niega en redondo. Y ni siquiera tiene hijos. A él no le importa. Él vive en una casa bien bonita de campo con su mujer que es rica, y que tampoco tiene sobrinos porque su hermana está soltera y ¿Sabes que tiene una juguetería muy cerca de donde yo vivo? Siempre es sumamente amable conmigo, siempre me enseña las últimas novedades. No es mi tía; pero como si lo fuera. Pero a mí me gustaría vivir aquí...Si mi abuelita viviera.
_ ¿Yo podría venir a jugar contigo?
_ Pues claro. Y de todos modos podemos venir siempre que queramos. Hay unos higos muy buenos, tenemos pajareros y los típicos de botella, de esos muy verdes que son todo rojo cuando los abres; pero a mí me gustan los más dulces, unos que son blancos por dentro.
La boca se me hacía agua._ En el verano vendremos a coger fruta_ dijo ella.

Y en el verano ¡claro que fuimos a La Pesquera! Pero no a recoger fruta.

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