A Solines se le caían las lágrimas
de los ojos. De un lametazo se quitó el regusto salado de ellas de
sus gordezuelos labios al tiempo que se enjugaba la nariz. Los rayos
de sol de la mañana se entretejían burlones en su maraña de pelo
rizado rubio mate, y ni así conseguían sacarle el lustre a sus
apagados cabellos del color de la paja seca. Del recuerdo de su padre
retenía tan sólo su último encuentro, y el como se sorprendió a
si misma viéndose en el espejo del rostro de su padre. Igual de
rubia, iguales grandes ojos azules, de ese azul triste tintado de neblinas... La misma nariz larga y fina, el mismo mentón, de las
tres hijas era Solines el retrato clavadito de su padre, un hombre
tan guapo que bien podía haber pasado hasta por mujer. Alto y
delgado, su envergadura le dio para abrazar a las tres niñas juntas,
que en aquel momento tendrían las edades de catorce, doce y ocho
años: Santuca, Solines y Sabina. El hombre había humedecido tan
tierna y sinceramente las cabezas de sus hijtas con sus lágrimas,
que ya no pudieron olvidarle. Fueron años de tantas penurias que en
sus sueños su padre siempre apareció como el caballero andante o el
mago de los cuentos de hadas, o mejor, el Rey de su mundo de fantasía
adolescente, dijera lo que dijera en su contra, la bruja de la tía
Sara.
_ ¡Sabina! ¡Ma petite!_ Lloraba
el francés al tiempo que intentaba alzar del suelo a su pequeña._
¡Cuánto has crecido! Yo ya no puedo contigo.
El encuentro había sido preparado
de manera furtiva y en la casa de una antigua empleada de la fábrica donde este señor había trabajado como administrador. Sabina no se acordaba casi de su padre
y tuvo miedo de que aquel señor se las llevara con él.
_ Eres igualita, igualita a tu
madre. Mirad niñas. Aún llevo su foto, aquí en la cartera, al lado
del corazón.
_ ¡Es Mamá! Mamá _ exclamaron
felices todas al descubrir una foto nueva de su difunta madre.
_ ¡Qué guapa era!
_ Aquí está más guapa que en las
fotos que nosotras tenemos. Fíjate en el vestido._ Advirtió
Solines.
_ Esta foto me la dio tu madre de
prometida antes de casarnos. Tenía sólo dieciséis años.
_ Qué bonita. Es cierto que es
idéntica a Sabina_ reconoció la mayor. Y en esta foto está vestida
con colores claros. ¿De qué color era el vestido? Nuestro padre nos
lo puede decir. ¿No es cierto que lo recordarás?
_ Cómo olvidarlo. Este era el
vestido que llevaba puesto vuestra madre la primera vez que la vi.
Era un bonito vestido de seda azul celeste, con los detalles y las
rayas de la falda, dorados. Le quedaba divino. Los colores claros
resaltan la belleza morena. La conocí un día de la batalla de
flores y llevaba puesto este mismo vestido, ya os lo he dicho. Era un
vestido vaporoso, veraniego y con mucho polisón detrás, lleno de
lazos y de encajes dorados.
_ Como el vestido de una princesa_
dijo alguna de las niñas.
_ Ella era mi princesa y ahora lo
sois vosotras.
_ El vestido sería el de los
domingos y los días de fiesta, lo más seguro._ Calculó Santuca de
forma sensata. Y seguro que se lo hizo la tía Soledad, es una
modista estupenda. Nuestros vestidos los hace ella también.
Su padre se echó a reír._ No sé
si la culpa o el mérito fue del vestido. Solo sé que me enamoré de
ella nada más verla._ Ellas también empezaron a reírse acercándose
con más ganas a su padre.
_ Sí que era guapa_ corroboró
Santuca_ Entonces ¿A quién me parezco yo?_ Añadió poniendo un
gracioso mohín de disgusto.
_ Tú eres una belleza. _ El
francés apretó la cabeza de Suca, su primogénita, contra su pecho_
Tú eres igual que mi madre._ Y luego recogiendo en una mano toda la
barbilla de Solines y arrugándole el morrito con los dedos puso la
nota jocosa._ y a ti, si te pusiéramos un bigote..._ Dijo pensativo_
¿A quién te pareces tú? Yo no sé a quién se parece esta niña.
_ ¡A ti papá! ¡A tí!_ Exclamó
y ahí se abrazó más a su cuerpo y se echó a llorar.
Recordaba Solines en su congoja
como su mismo padre reprimía aquel día las lágrimas, al recordar a
la madre de sus hijas, al deshacerse en la dicha de poder abrazarlas
de nuevo.
“¡Qué mujer más bruja!” Pensó
Solines y le vino a la mente la tía Sara, la hermana pequeña de su
madre. “ Si mi padre nos quería ¿Porqué ese empeño en que nos
olvidáramos de él?”
_ Quiero pagaros un buen colegio
niñas. Quiero que seáis algo en la vida. Más difíciles y
competitivos son los tiempos, más preparadas debéis estar.
Yo estoy tan feliz de haber tenido
sólo hijas._ Añadió._ Amigos míos españoles están perdiendo a
sus queridos hijos sin haber estallado todavía la guerra. Dicen que
va a haber guerra en España Santuca_ en ese momento su padre tragó
saliva_ Yo quisiera que vinierais conmigo.
_ ¡No papá! ¡No!_ Prorrumpió
Santuca, la mayor._ Tú lo has dicho: Yo soy mujer, aun cuando
estalle una guerra en este país ni a mí ni a mis hermanas nos
pasará nada. No queremos dejar a nuestra familia papá.
_ Yo lo comprendo. Tenéis tíos, buenas gentes, más
buenos que yo. Pero sufro por vosotras. Una bomba podría...
_ ¡No sufras papá! En Laredo
tenemos refugio, es el túnel que va al puerto viejo, debajo de la
Atalaya y la sirena de la venta nos avisaría en caso de ataque
aéreo. Se lo he oído decir al tío. Y las nuevas autoridades, los mandamases del Frente Popular han dado la orden de quitar todos los
orines que había contra las paredes.
_ Algunos asquerosos iban a hacer
sus necesidades al túnel_ Dijo Sole con cara de asco.
_ Pero lo cubren con las cenizas_
añadió Santuca._ Era para las Roturas, para abonar todas esas
pobres huertas de los arenales.
_ De todos modos era un lugar de lo
más asqueroso.
_ Y los que no tienen escusado en
casa. ¿Dónde vacían ahora los cubos de las aguas negras? Tú eres
muy fina Solines. Nosotras tenemos una casa bien. Pero hay muchas
niñas pobres que van a comer al comedor social y sus padres se
quejan de la nueva orden ¡porque ahora han de vaciar los orinales en
el alcantarillado! Y las heces apartarlas en un cubo y taparlas con
cenizas en un rincón de la casa y todos los días no van a las
Roturas._ Todo esto lo soltó de corrido Sabina, la cual no había
hablado nada en toda la ocasión._ El francés explotó en
carcajadas.
_ ¿Cómo sabes todo eso?
_ Se lo oí decir a unas niñas en
el comedor. Ya lo he dicho.
El hombre torció el gesto. Solines
exclamó_ ¡Tú eres tonta! ¡Se lo diré a la tía Soledad! ¿Qué
necesidad tienes tú de ir a mezclarte con todas esas?
_ Yo también tengo hambre._
Respondió Sabina de forma descarada. Y yo si que me quiero ir con
papá.
Santuca y Solines empezaron a
atropellar sus voces como locas.
_ No le hagas caso papá.
_ No le hagas caso, lo que pasa es
que Sabina sólo piensa en comer y en dormir.
_ Es una tragona y una floja.
_ Nunca quiere hacer nada.
_ Dejadle hablar niñas, dejadla-.
_ Lo han solucionado._ Dijo Sabina.
_ ¿El qué?
_ Lo de los orines.
_ ¡Y sigue con el tema! ¡Serás
chona!_ ¿Lo exclamó Solines o Santuca o las dos al tiempo? El caso
es que Sabina, la cual no había dejado todavía su edad escatológica
acabó por dar todas las explicaciones pertinentes sin cortarse un
pelo, sólo poniéndose un poco colorada.
_ Al Señorito Luis le han encargado
de la carretilla.
El Señorito Luis era el típico
soltero de familia venida a menos y sin trabajo conocido; pero que había sabido vivir muy bien gracias al cuento que se gastaba, y a sus
amistades monárquicas; al menos mientras el Rey Alfonso XII estuvo en España. Luego llegó la República y el pobrecillo se convirtió en el hazmereir.
_ ¿ Qué carretilla?_ Preguntó el
francés.
_ La que va recogiendo los cubos con
“los bañaos” de las casas sin inodoros. El Señorito Luis ha
dicho que no le importa hacer tan importante trabajo, siempre y
cuando también los vecinos contribuyan a la preservación de la
salud pública bajando sus cubos bien mezclados con ceniza.
_ Claro, claro._ Musitó Bernard
Perier._ En fin muchachas, no os avergoncéis. Al fin y al cabo no
hace aún cien años que Doña Eugenia de Montijo, española que
llegó a ser emperatriz de Francia, mandó construir servicios en el
Palacio de Versalles para uso de los nobles señores que meaban en
sus pasillos. El preocuparte de cosas aparentemente sucias dice mucho
de tu inteligencia práctica, mi querida Sabina.
_ Y de su desatinado sentido de la
oportunidad._ Añadió Solines.
_ Sigamos con lo que nos importa_
dijo el padre._ Puesto que no queréis dejar vuestro pueblo, me
dejaréis por lo menos que os pague el colegio.
_ Yo soy la mayor.
_ Ya lo sé hija. Tu madre tenía
tan sólo dos años más que tú en esta foto. Y nos casamos, ella
con dieciocho, yo con veintidós.
_ A mí me gusta ayudar a la tía
Soledad con la huerta y las gallinas. Así ella tiene más tiempo
para coser y no se le estropean las manos, sino el hilo se le
trabaría en las durezas de los dedos. ¡Pero yo puedo coger la azada
que no me salen durezas! Mira mis manos padre. ¿Ves que siguen
siendo las de una señorita? Solines es más de tienda y de cuentas.
Ella empieza a ayudar al tío Santos.
_ ¿Y tú quieres estudiar Solines?
_ Yo sí.
Y así fue como Solines fue al
colegio de Las Monjas Irlandesas, en Isla. Y así fue que volvió con
aquellas ínfulas de pintora y artista frustrada que saldrían a
relucir muchos años más tarde, y así fue que consiguió que los
muchachos más litris del pueblo pusieran sus ojos en ella.
Entretanto Sabina aprendió, por
fin, a no mezclarse con el vulgo. Fue mayor el escarmiento que todos
los los reparos de clase, por el desprecio recibido el día en que
una monitora del comedor social le quitó el plato de la mesa y la
despidió con cajas destempladas acusándola de no necesitar para
ella la comida de los pobres. Sabina lloraba de rabia y vergüenza.
_ Te lo habíamos advertido
seriamente, niña._ Dijo la tía Soledad.
_ Pues dile a la tíita Sara que me
de más de comer.¡Porque yo me quedo con hambre!
_ ¡Será basta y comitrona!_
Renegó la administradora de la casa.
_ La niña está creciendo mucho_
dijo el tío Santos._ No es justo que en esta edad delicada pase
necesidades que no ha pasado el resto de la familia, sólo porque son
años peores.
_ Pues que no crezca tanto._
Protestó Sara.
_ No digas ignorantadas Sarita._ Yo
hija mía te doy mi ración_ añadió.
_ ¡Y usted ¿qué come?_ Preguntó
Sara como retando al tío Santos a un duelo.
_ ¡He dicho que mi ración íntegra
va a ser para la niña! No se te ocurra ahora repartirla entre todos.
Yo, ya me las apañaré.
Al poco de llegar del colegio,
con dieciséis años y recién estallada la guerra se despidió
Solines de su novio, el mayor y el más buen mozo de los Buces, unos
de los panaderos del pueblo. Y ese joven delgado y aguerrido que
pasaba como voluntario al bando Nacional nada más declararse El Levantamiento sería cuarenta años más tarde el armario de piernas
torcidas que concebiría a Maru una noche tonta. Pero para eso
tendría que pasar mucho tiempo. Menudo lince fue el padre de Maru
toda su vida. Él de héroe, mientras sobre los hermanos caía el
acoso del Frente Popular, puesto que El Norte seguía siendo zona
fiel a La República. De ahí la ruptura de Pepe con sus hermanos y
la consiguiente enemistad irreconciliable.
Al acabar la guerra Pepe entró en
el pueblo con los liberadores, gordo, moreno y lustroso. Le habían
ido las cosas por así decirlo de manera basta y pomposa, como él
era: de puta madre. Siempre fue hábil para reconocer el bando
conveniente. Sus hermanos no volverían a hablarle. Chancho había
llegado a estar detenido por nada, no se sabe ni que le hicieron,
sólo que la pagaron con él el que su hermanito el héroe se hubiese
pasado a los contrarios. Chancho, que todavía vive, se casó; pero
no tuvo hijos. De sus sobrinos, los herederos son exclusivamente sobrinos de su
mujer, ahí no cuentan tampoco los hijos de los otros hermanos, ni de los de Colás, el cual sí llegó a perdonar a
Pepe, ni los de Lola. Chancho jamás quiso contarle a nadie, ni a su mujer ni a su
hermano Colás lo que le hicieron aquellos bestias. Lo único que
podía en algo revolver las vejaciones y torturas pasadas era sólo
el pensar en su hermano Pepe. De buena gana le habría matado el
mismo con tal de no haber tenido que pasar por aquello. Colas tuvo
más suerte. Serrano, otro panadero vecino, nombrado por el partido
de la zona jefe de intendencia, le encargó del convoy que subía a
Castilla a por la harina y así consiguió no hacerse ver mucho. Pero
Chancho... Chancho odió siempre a muerte a su hermano mayor.
Su padre mismo le miraba mal.
_ Pues menos mal que he ayudado a ganar una guerra, que si la llegamos a perder._ Se quejaba Pepe. Para este recibimiento de familia me habría quedado en Barcelona.
_ ¿Y a qué has venido?_ Le respondió el padre.
_ A casarme. Así que vaya usted pensando en soltar la gallina.
Y el padre le dio lo justo.
_ Pues menos mal que he ayudado a ganar una guerra, que si la llegamos a perder._ Se quejaba Pepe. Para este recibimiento de familia me habría quedado en Barcelona.
_ ¿Y a qué has venido?_ Le respondió el padre.
_ A casarme. Así que vaya usted pensando en soltar la gallina.
Y el padre le dio lo justo.
_ Usted es un hombre rico_ protestó
Pepe.
_ Dale gracias que te doy lo que te
doy. Hoy nadie es rico.
_ Pero usted puede darme más. Hablaré con madre, le
pediré parte de su dote, aunque sea prestada.
_ Y tú dime: ¿Qué has ganado
haciendo la guerra? Haber aprovechado a hacer méritos como otros o
¿No hay ninguna prebenda para el hijo de Venancio Buces? Han sido
tus hermanos y el cuñado los que han mantenido a flote la empresa
familiar y en medio de muchas calamidades. Yo no puedo darte nada más
sin contar con ellos. Y los duros de plata de la dote de tu madre
pregúntale a ella dónde están. Si no mataron a Chancho esos
bestias igual fue gracias a esos duros. Vete a pedírselos.
_ Esos no eran de mi bando.
_ ¿Acaso los de tu bando eran mejores?
Bestias eran los que usted refiere y aquí seguirían desgobernando, y amedrentandole a usted y a los de su calaña, a todos los cobardes de este pueblo de mierda ¿Qué ha pasado aquí? Me marché a luchar por unos ideales que me trasmitió usted. ¿ Qué le ha hecho cambiar de idea?
_ ¿Acaso los de tu bando eran mejores?
Bestias eran los que usted refiere y aquí seguirían desgobernando, y amedrentandole a usted y a los de su calaña, a todos los cobardes de este pueblo de mierda ¿Qué ha pasado aquí? Me marché a luchar por unos ideales que me trasmitió usted. ¿ Qué le ha hecho cambiar de idea?
_ No hay más que hablar. Dale las
gracias a la futura nuera de mi parte, que deseoso estoy de que te
vayas de mi casa cuanto antes.
La casa familiar y la finca de los
Buces en la Pesquera habían sido de las más ricas y prósperas de
la zona, lo que la había convirtió en presa favorita de los
milicianos, requiso tras requiso quedó poco más que esquilmar
después de la guerra; y había que empezar de nuevo. Ni los hermanos
querían trabajar con Pepe ni éste con sus hermanos. El viejo Buces
pasó el testigo de la panadería a sus hijos y del testamento
desapareció la participación que antes de la guerra lo mismo le
habría correspondido a este hijo, el hijo mayor. Sólo la madre
insistió en que no se hiciera lo mismo con el resto de la hacienda.
Recuerdo haber ido con Maru y su
padre a la finca de La Pesquera, y haber corrido las dos por aquel
jardín medio señorial, luego abandonado y selvático, mientras su
padre entraba en la casa, una gran casona cuya mitad ya amenazaba
ruina y a la que el hombre nos impedía acercarnos. Nuestro sitio
preferido era la mesa de piedra tallada y los bancos también de
piedra bordeados de líquenes o ¿Serían de hormigón hechos de
molde? No lo recuerdo. Lo que sí recuerdo es que estaba a la sombra
de un cerezo y parecía un sueño aquel parasol de flores blancas
flotando sobre nuestras cabezas. También había en el jardín
nísperos, perales, membrillos, limoneros naranjos; todo abandonado.
_ ¿Porqué nadie vive aquí?_ Le
pregunté a Maru.
_ Esta casona es de mi padre y de
sus hermanos; pero mi padre sólo se habla con Colas y con la tía
Lola, y no quieren vivir juntos.
Así que era de todos y de ninguno.
_ Mi padre quiere comprarles su
parte y ellos no quieren vendérsela. Sobre todo el tío Chancho, el
hermano pequeño de mi padre, ese es el peor. Se niega en redondo. Y
ni siquiera tiene hijos. A él no le importa. Él vive en una casa
bien bonita de campo con su mujer que es rica, y que tampoco tiene
sobrinos porque su hermana está soltera y ¿Sabes que tiene una
juguetería muy cerca de donde yo vivo? Siempre es sumamente amable
conmigo, siempre me enseña las últimas novedades. No es mi tía;
pero como si lo fuera. Pero a mí me gustaría vivir aquí...Si mi
abuelita viviera.
_ ¿Yo podría venir a jugar
contigo?
_ Pues claro. Y de todos modos
podemos venir siempre que queramos. Hay unos higos muy buenos,
tenemos pajareros y los típicos de botella, de esos muy verdes que
son todo rojo cuando los abres; pero a mí me gustan los más dulces,
unos que son blancos por dentro.
La boca se me hacía agua._ En el
verano vendremos a coger fruta_ dijo ella.
Y en el verano ¡claro que fuimos a
La Pesquera! Pero no a recoger fruta.
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