miércoles, 12 de octubre de 2016

Su única carta.





    Solines se casó con Pepe Buces en lo más crudo de la posguerra civil española, cuando ni siquiera los ricos vivían bien. Mientras Soledad y Santos intercambiaban viandas en un colmado medio vacío los Buces eran panaderos.
La tía Sara renegaba del francés.
_ ¿Qué pasa? Preguntaba Soledad con su parsimonia habitual._ ¿Ya no escribe?
_ ¡¿Qué va a escribir? ¿Cuándo ha escrito? !_ Respondía la otra con desprecio.
_ Ahí debajo de tu colchón me parece que tienes algunas cartas atesoradas.
Mujer, acaba de estallar una guerra en Europa y es Mundial. Francia ha sido invadida por Alemania. ¿Quién va a estar para escribir cartas en esa situación? _Dijo Santos.
_ Como no quiera volverse a España a chupar del bote con el cuento de sus hijas.
_ Soledad hija, dile a tu hermana...
_ Ya, ya: que no hable así del padre delante de sus hijas.

   ¿El francés vivía en el Sur? Poco tenía de judío. ¿Fue uno de tantos colaboracionistas franceses con el régimen nazi? Alto, rubio, ojos azules, guapo, guapísimo hombre de negocios. En los años veinte se había ganado el sueldo trabajando para un fabricante alemán, de los que surtían de pertrechos al ejército de la república de Biskmar. Desde el Norte de España se dedicaba a dar salida a todo tipo de conservas en salazón y aceite, listas para formar parte del macuto de supervivencia de un soldado germano. El abuelo de Maru para estas alturas posiblemente se había vuelto a casar.
  
   Un día Solines recibió una carta en la dirección de su miserable negocio. La trastienda dividida en almacén y cuchitril, suficiente para unos recién casados, daba a un patio abarrotado de cajas de madera llenas de cascos de vidrio. A la luz del sol, la única luz solar proveniente del astro rey que entraba en aquel triste local por esa puerta que daba al patio, leyó Solines una carta de su padre, la primera que esta recibía.

Sabes hija mía, mi Solines, cuanto me duele no haber podido estar presente el día de tu boda. Quizá te sorprenda ahora, a estas alturas, una carta mía. Pero tu tía ya no contestaba a las cartas que durante todos estos años os he escrito a ti y a tus hermanas. Pensé que la noticia de mi nuevo matrimonio quizá no haya caído del todo bien en el seno de la familia. En cualquier caso me resisto a aceptar esta ruptura, por eso he decidido esta vez dirigirme a vosotras personalmente, y ya que has sido tú la primera en casarte, aprovechar de paso a mandarte todas mis bendiciones.
Durante todos estos años tu tía Sara me decía que estabais bien, que no necesitabais nada, y que ni siquiera queríais ya volver a saber nada de mí...

   Mientras Santos y Soledad estaban en la tienda se supone que Sara atendía la casa. Cuando el cartero traía carta del francés la única enterada era Sara, y bien pronto, después de leída, releída y hasta husmeada, se daba prisa en hacerla desaparecer. De vez en cuando, cuando las niñas ya estaban en la cama solía ella molestarse en contestarlas, encerrada en su alcoba a la luz de una triste vela.

Entiendo que no hayáis querido volver a saber nada de mi. Si recuerdas la última vez que me acerqué a España para veros tuve que hacerlo medio a escondidas por el delito que pesa sobre mí, delito del que puedo asegurar no soy culpable, dolorosa vergüenza que recayó sobre tu pobre madre a la que tanto quise, y que posiblemente adelantara su triste final.

Mi querida niña, aunque para hoy ya convertida en toda una mujer casada, sabes que tanto tú como tus hermanas sois mis bienes más queridos, sabes que mi anhelo no ha dejado de ser el podernos reunir de nuevo. Y teneros conmigo. En todo este tiempo mi vida a dado tumbos igual que el resto del mundo entero. Pero a día de hoy Francia, mi país, es una nación que ofrece grandes oportunidades, ya que recién acabada esta horrible guerra Francia está recuperándose a ojos vistas y demanda juventud. Tanto a mi mujer le gustaría conoceros como a mí, más que a ella, poder volver a estrecharos entre mis brazos.

Hazme saber lo que necesitas y yo te lo haré llegar como regalo de boda.

Firmado: Bernard Perier Bolivar.




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