Solines se casó con Pepe Buces en
lo más crudo de la posguerra civil española, cuando ni siquiera los
ricos vivían bien. Mientras Soledad y Santos intercambiaban viandas
en un colmado medio vacío los Buces eran panaderos.
La tía Sara renegaba del francés.
_ ¿Qué pasa? Preguntaba Soledad
con su parsimonia habitual._ ¿Ya no escribe?
_ ¡¿Qué va a escribir? ¿Cuándo
ha escrito? !_ Respondía la otra con desprecio.
_ Ahí debajo de tu colchón me
parece que tienes algunas cartas atesoradas.
Mujer, acaba de estallar una
guerra en Europa y es Mundial. Francia ha sido invadida por Alemania.
¿Quién va a estar para escribir cartas en esa situación? _Dijo
Santos.
_ Como no quiera volverse a España
a chupar del bote con el cuento de sus hijas.
_ Soledad hija, dile a tu hermana...
_ Ya, ya: que no hable así del
padre delante de sus hijas.
¿El francés vivía en el Sur? Poco
tenía de judío. ¿Fue uno de tantos colaboracionistas franceses con
el régimen nazi? Alto, rubio, ojos azules, guapo, guapísimo hombre
de negocios. En los años veinte se había ganado el sueldo
trabajando para un fabricante alemán, de los que surtían de
pertrechos al ejército de la república de Biskmar. Desde el Norte
de España se dedicaba a dar salida a todo tipo de conservas en
salazón y aceite, listas para formar parte del macuto de
supervivencia de un soldado germano. El abuelo de Maru para estas
alturas posiblemente se había vuelto a casar.
Un día Solines recibió una carta
en la dirección de su miserable negocio. La trastienda dividida en
almacén y cuchitril, suficiente para unos recién casados, daba a un
patio abarrotado de cajas de madera llenas de cascos de vidrio. A la
luz del sol, la única luz solar proveniente del astro rey que
entraba en aquel triste local por esa puerta que daba al patio, leyó
Solines una carta de su padre, la primera que esta recibía.
… Sabes hija mía, mi Solines,
cuanto me duele no haber podido estar presente el día de tu boda.
Quizá te sorprenda ahora, a estas alturas, una carta mía. Pero tu
tía ya no contestaba a las cartas que durante todos estos años os
he escrito a ti y a tus hermanas. Pensé que la noticia de mi nuevo
matrimonio quizá no haya caído del todo bien en el seno de la
familia. En cualquier caso me resisto a aceptar esta ruptura, por eso
he decidido esta vez dirigirme a vosotras personalmente, y ya que has
sido tú la primera en casarte, aprovechar de paso a mandarte todas
mis bendiciones.
Durante todos estos años tu tía
Sara me decía que estabais bien, que no necesitabais nada, y que ni
siquiera queríais ya volver a saber nada de mí...
Mientras Santos
y Soledad estaban en la tienda se supone que Sara atendía la casa.
Cuando el cartero traía carta del francés la única enterada era
Sara, y bien pronto, después de leída, releída y hasta husmeada,
se daba prisa en hacerla desaparecer. De vez en cuando, cuando las
niñas ya estaban en la cama solía ella molestarse en contestarlas,
encerrada en su alcoba a la luz de una triste vela.
Entiendo que no hayáis querido
volver a saber nada de mi. Si recuerdas la última vez que me acerqué
a España para veros tuve que hacerlo medio a escondidas por el
delito que pesa sobre mí, delito del que puedo asegurar no soy
culpable, dolorosa vergüenza que recayó sobre tu pobre madre a la
que tanto quise, y que posiblemente adelantara su triste final.
Mi querida niña, aunque para hoy
ya convertida en toda una mujer casada, sabes que tanto tú como tus
hermanas sois mis bienes más queridos, sabes que mi anhelo no ha
dejado de ser el podernos reunir de nuevo. Y teneros conmigo. En todo
este tiempo mi vida a dado tumbos igual que el resto del mundo
entero. Pero a día de hoy Francia, mi país, es una nación que
ofrece grandes oportunidades, ya que recién acabada esta horrible
guerra Francia está recuperándose a ojos vistas y demanda juventud.
Tanto a mi mujer le gustaría conoceros como a mí, más que a ella,
poder volver a estrecharos entre mis brazos.
Hazme saber lo que necesitas y yo
te lo haré llegar como regalo de boda.
Firmado: Bernard Perier Bolivar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario