miércoles, 17 de marzo de 2021

Las exageraciones nunca fueron buenas 5

 


   _ ¡No creáis que me vais a dejar atrás!_ Eso les dije.. Mi tono era el tono de broma, aunque por dentro estuviera hecho un volcán._ ¡Os voy a dar una quemada!_ Exclamé al tiempo que me lanzaba a la carrera._ Aunque tengo ya mis cuarenta y cinco estoy hecho un chaval..._ no entiendo porqué tuve que dar explicaciones. Tampoco sabía muy bien lo que quería; Si me gustaba que ella estuviera también jugando en el campo o no me gustaba. A los dos minutos de semejante salida sentí un peso en el pecho que parecía que me iba a fulminar. No era físico. No podía ser físico. Sin mujer, sin hijos, sin obligaciones, haciendo la vida que quiero...No puede ser que sufra de agotamiento físico permanente. Era algo moral. Es moral.

    Le pasé la pelota  a mi hijo adoptivo. Me hice a un lado, mientras los demás corrían. Ella más que nadie, donde la distancia de portería a portería no parecía ser impedimento ninguno.

   Luego, de pronto, sentí que alguien clavaba sus ojos en mi nuca. Era esa mujer que dicen que es una madre soltera, con sus dos hijos, los niños se habían apuntado al equipo invisible contrincante. Y Ella, la que va de ser mi amor platónico, la que tiene que ser mía, agitaba la mano mientras corría en pos del balón, en plan de dar la bien venida a los nuevos jugadores espontáneos... La artista del pueblo, se creía la artista del pueblo, la madre soltera. Una mujer sin filtros. Una mujer libre. Y parecían amigas, Ella y la madre soltera, la artista. Era lo que me faltaba. Una interrupción abrupta en forma de mujer curvilínea, con dos hijos tenidos por su cuenta: Pintora, escultora, música, directora de cortos de cine, aficionada que no lo hacía nada mal, colaboradora frecuente del periódico regional de más tirada. Lo tenía todo, además de dinero para poder dedicarse a ser quien era. Y ¿esas son amigas?  ¿Había caído él, un comunista, afiliado al partido de los trabajadores desde los tiempos de la clandestinidad, él, uno de los que prepararon la venida de Carrillo a España desde el exilio, o al menos uno de los que formaban la gruesa piel de los brazos derechos de aquel viejo prócer de la patria nueva... Había caído, sin percibirlo antes, en el  estrecho y rancio círculo de la flor y nata del pueblo?...Sólo de pensarlo me entraron ganas de devolver. Siempre con el estómago vacío. Otra vez abatido, sentí que era culpa mía. Tuve ganas de meterme un tiro en la sien... Si alguien iba a escribir mi vida para una película, no sería aquella guionista del tres al cuarto, ese sería yo; Pero antes, antes me llevaría a unos cuantos por delante.

   

Las exageraciones nunca fueron buenas 4 #

 


   Quizá se veía así misma demasiado joven para él. Y por ende, le veía viejo. Y aunque no le sacaba más de ocho años, u once a lo sumo, posiblemente esa había sido la causa de que ella le rechazara entre risas. Después de haber conseguido de él ser como el perrito faldero que la seguía a todas las partes. Ahora el perrito querría lanzarse al tobillo de la bien amada, morderla con rabia y hacerle sangre ya que no podía alcanzar su altivo cuello ni  engancharse a su garganta. Después de que aquella mujer le hubiese hecho albergar tantas ilusiones ahora quería verla morir, o más que morir, verla en una agonía semejante a la suya.

   No. La edad no podía ser el impedimento. Él se había empeñado, durante todo aquel tiempo, en demostrar lo fuerte que estaba. Y ella lo había visto, que se conservaba ágil como un chaval. Hacía dos veranos les había dado a los dos por ir a jugar al futbol con unos amigos. Le gustaba verla correr, grácil y enérgica simultáneamente, como sólo las mujeres pueden serlo. Contemplar aquel cuerpo casi perfecto, de atleta, era su único anhelo. Si hubieran llegado a casarse ni siquiera le habría pedido tener hijos, ¿Para qué? Él ya tenía una especie de hijo adoptivo de quien ocuparse, el hijo de la vecina alcohólica, la que vivía a la vuelta de la esquina en una calle adyacente a la suya, subiendo ya al barrio viejo. Aquel domingo le había sido imposible acudir con los cruasanes y juntarse al desayuno. La chica del despacho del pan parecía haber cambiado el horario. Ahora  los domingos sólo abría de diez  de la mañana a dos de la tarde, cuando lo habitual hubiese sido de ocho a una y media... Rezongó y se dio media vuelta en la cama. No pensaba levantarse ni a comer. Acaso lo haría sobre las tres para volverse luego otra vez a la cama. Prefería, en aquellas circunstancias, soñar antes que salir a la calle y vagabundear un domingo cualquiera, invernal, anodino y triste  introduciéndose dentro de aquella neblina de perfiles desdibujados e indefinidos hasta el aburrimiento mortal; Calígine persistente, gélida y quieta que empapaba todo... Prefería, imaginarse el paseo....Uno con su amiga. Por en cima de todo,  ella era su amiga. Había sido su amiga. Y él lo había fastidiado todo dejándose llevar por la carne.

   Recordó los partidos de futbol de playa los domingos de bajamar. Él ya se había convertido en todo un forofo en los viejos tiempos en que fue camarero en el bar emblema, principal patrocinador de los muchachos futbolistas que descollaban en el pueblo, centro de reuniones de los futbol aficionados de la villa e hinchas incondicionales del equipo local...Disfrutaban todos... Ella venía con ellos, o él iba con ellos porque ellos iban con ella... Aunque en realidad, la idea del partido había sido de él. "¡No creáis que me vais a dejar atrás! ¡Os voy a dar una quemada!" Había exclamado, contento, eufórico, a pesar de tener ya los miembros medio entumecidos por la carencia de cualquier tipo de entrenamiento. Pero él, para ganar, sólo necesitaba imaginación y una voluntad rayana en la autoinmolación. En el fragor de la competición, estaba dispuesto a morir en cada uno y todos de los instantes que veía como oportunidades preciosas para salvar el partido a favor de su equipo, y dejarles a todos con la boca abierta. Al beatón, que debido a su abulia de director de orquesta no iba más allá de ocupar la portería, y que no pensaba para nada en arriesgar su buena calma por ganar o perder; Al delantero preferido, aquel niño de once años, aquel niño sin amigos, el de los cruasanes. Los cruasanes le daban siempre mucha energía. A ella, la centro campista, que jugaba lo mismo de lateral izquierda o de defensa, y que como él decía graciosamente, era como un "tres en uno". A los tres o cuatro integrantes del coro, aquellos jóvenes tímidos, a los que había que sacudir la timidez, y que fuera del refugio de la coral, debían enfrentarse al mundo con habilidades más útiles, y el futbol playero era una de ellas...Claro que no formaban parte de la liga oficial del futbol playero del pueblo. El tiempo de duración del partido duraba lo que les duraba el resuello. Primero, como calentamiento previo habían estado viendo jugar a los "profesionales" y así casi se les había pasado la mañana. Luego, ya cerca del mediodía, ellos habían aprovechado los bastos campos dibujados en la arena, extenuantes de punta a punta. Las porterías eran demasiado anchas para defenderse propiamente, y el portero solía de vez en cuando detener el tiempo hasta para echarle un vistazo a su misal, no sea que se lo robaran o acabara tragado por la arena. Era ¡tan fácil! meter un gol.

   _ ¡No creáis que me vais a dejar atrás!_ Eso les dije.. Mi tono era el tono de broma, aunque por dentro estuviera hecho un volcán._ ¡Os voy a dar una quemada!_ Exclamé al tiempo que me lanzaba a la carrera._ Aunque tengo ya mis cuarenta y cinco estoy hecho un chaval..._ no entiendo porqué tuve que dar explicaciones. Tampoco sabía muy bien lo que quería; Si me gustaba que ella estuviera también jugando en el campo o no me gustaba. A los dos minutos de semejante salida sentí un peso en el pecho que parecía que me iba a fulminar. No era físico. No podía ser físico. Sin mujer, sin hijos, sin obligaciones, haciendo la vida que quiero...No puede ser que sufra de agotamiento físico permanente. Era algo moral. Es moral.

    Le pasé la pelota  a mi hijo adoptivo. Me hice a un lado, mientras los demás corrían. Ella más que nadie, donde la distancia de portería a portería no parecía ser impedimento ninguno.

   Luego, de pronto, sentí que alguien clavaba sus ojos en mi nuca. Era esa mujer que dicen que es una madre soltera, con sus dos hijos, los niños se habían apuntado al equipo invisible contrincante. Y Ella, la que va de ser mi amor platónico, la que tiene que ser mía, agitaba la mano mientras corría en pos del balón, en plan de dar la bien venida a los nuevos jugadores espontáneos... La artista del pueblo, se creía la artista del pueblo, la madre soltera. Una mujer sin filtros. Una mujer libre. Y parecían amigas, Ella y la madre soltera, la artista. Era lo que me faltaba. Una interrupción abrupta en forma de mujer curvilínea, con dos hijos tenidos por su cuenta: Pintora, escultora, música, directora de cortos de cine, aficionada que no lo hacía nada mal, colaboradora frecuente del periódico regional de más tirada. Lo tenía todo, además de dinero para poder dedicarse a ser quien era. Y ¿esas son amigas?  ¿Había caído él, un comunista, afiliado al partido de los trabajadores desde los tiempos de la clandestinidad, él, uno de los que prepararon la venida de Carrillo a España desde el exilio, o al menos uno de los que formaban la gruesa piel de los brazos derechos de aquel viejo prócer de la patria nueva... Había caído, sin percibirlo antes, en el  estrecho y rancio círculo de la flor y nata del pueblo?...Sólo de pensarlo me entraron ganas de devolver. Siempre con el estómago vacío. Otra vez abatido, sentí que era culpa mía. Tuve ganas de meterme un tiro en la sien... Si alguien iba a escribir mi vida para una película, no sería aquella guionista del tres al cuarto, ese sería yo; Pero antes, antes me llevaría a unos cuantos por delante.


  Estuve pensando en incorporarme otra vez al partido o no. Mi hijo adoptivo, de corazón en aquel momento aciago, no de papeles, ni lo sería nunca, parecía disfrutar con la llegada de los dos chavalines. Vi que instintivamente jugaban apoyándose los tres. El Beatón se sintió acosado de pronto y tuvo que olvidar su misal. Lo protegió a toda prisa envolviéndolo en su chaquetón de paño azul, aquel chaquetón de marinero con botones dorados, y que iba tan a juego con su gorra de lobo de mar...Siempre hablaba de su abuelo que fue patrón mayor, y que había muerto entre las olas después de una lucha titánica, cuando se tiraba de las traineras todavía a remo; Pero el director de orquesta nunca en su vida había tirado de una red. Y a la vista estaba que no tenía ni idea de los otros servicios que una red prestaba, a no ser la de hacer de adorno, y que tampoco en su vida había defendido una portería. Viendo mi oportunidad, ocupé la portería contraria todavía vacante. Entonces llegó ella. Mi amada se había hecho con el balón en un rebote, el del único gol que el nieto de aquel patrón difunto había sido capaz de parar. Los tres niños corrían detrás de ella, para arrebatarle la pelota. Se vio así forzada a tirar a portería antes de que le birlaran el esférico. Estaba demasiado lejos. Y lo paré. Lo cierto es que venía rodando por la arena. Sería buena corriendo ; Pero aquel chute fue más bien flojo. Le pasé el balón a mi ahijado, que no lo era tampoco de papeles, el niño se dio la vuelta feliz con la bola reglamentaria de cuero, mientras ella me decía con cara de pocos amigos_ ¡Cómo eres de traidor!_ Me eché a reír_ Si no tienen portero._ Tú, claro. Como eres chiquitín te vas con los peques._ Eso fue un golpe bajo. La Mística tenía mal perder. Me justifiqué nuevamente al tiempo que el balón volvía a mis manos en el momento que uno de mis jugadores se asustó al verla a ella, tan alta y con el cuello tan largo y enérgico, y la cara toda roja,  arremeter contra él_ ¡No tienen portero!_ Entonces avancé lo que pude en el terreno de juego, le mandé directa la pelota al mejor de los delanteros, el niño más bajito y delgado, y ¡Gol! El chaval metió gol a la primera.

_ ¿Qué le vas a hacer? Si así es el juego_ le explicaba el director del coro a la tiple solista, la de la voz virginal_ No te enfurruñes, que esta vez empatamos._ Y con la misma, como era buen mozo aquel nieto cuyo abuelo habían tragado las olas. Lanzó directa la pelota hasta  que llegó casi hasta el ala izquierda de mi portería. Ella llegaba corriendo y estaba casi a las puertas. Me sentí nervioso, abrumado. Mis  jugadores eran buenos en el ataque; pero me habían dejado a mí toda la defensa.

_ ¡No la dejes!_ gritaron._ ¿Cómo vas a dejar que una mujer te meta un gol? _ Ella en su furia, chutó con toda su rabia, posiblemente no sabía ni a donde apuntaba...De haber tenido la portería poste y red, su tiro, que esta vez fue como una bala, habría rebotado posiblemente en el poste de la izquierda. Corrí tras la pelota y la recogí de la arena mientras la atacante rompía a llorar de rabia._ ¡Así ya podréis celebrar mi gol fallido, niñatos de mierda!...¿Cómo les había llamado? ¿Niñatos de mierda?... Si la virgen mística hubiera sido bruja, en ese momento se los habría merendado vivos, a los niños, que se abrazaban celebrando aquel gol fallido de la parte contraria con mil fiestas y algarabías.

_ Creo que es bastante injusto. ¡Sois tres contra uno! ¡Imbéciles! O ¿no lo veis?_ Aquel objeto de deseo, de mi deseo, se enjugaba las lágrimas. Y yo, habría corrido a consolarla cuando, como un arcángel salido de la nada, un caballero que en el impás emocional de un partido tan absurdo se había hecho con la pelota, se interpuso en el terreno de juego haciendo florituras con sus pies.

_ ¡Es mi padre! _ Gritó orgulloso uno de los niños._ Y el padre de la criatura, algo más alto que yo, delgadito y esbelto..._¡Pues dile a tu padre que se te una a desbancar a una mujer indefensa! ¡Imbécil! ¡Aprovechados!-_ Interrumpió ella_ ¡Que sois unos machistas que ya desde niños odiáis a las mujeres!_ gritaba desaforada.... De esa especie que le suele gustar a las mujeres, el padre de la criatura se inclinó hacia atrás haciendo una chilena y acertó a servirle en bandeja el balón que puso a sus pies._ Esta vez, aunque confundida-vi que los ojos se le quedaban bizcos- supo reaccionar con rápidos reflejos la enfurruñada jugadora, y me metió limpiamente un gol que lo cierto es que ni vi venir, tan ensimismado como estaba en todo lo que estaba ocurriendo. Siempre dije que debía haber sido escritor. Agaché la cabeza humilde, recogí la pelota empapada de agua de mar y rebozada de arena, la cual después de haber atravesado mi portería había terminado en una de esas pozas que siempre se forman durante  la baja mar. Levanté los brazos mientras elegantemente le guiñaba un ojo a aquel salvador oportuno, y exclamé_ ¡Empates! ¡Y fin del partido!



   

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Las exageraciones nunca fueron buenas

 


    Estuve pensando en incorporarme otra vez al partido o no. Mi hijo adoptivo, de corazón en aquel momento aciago, no de papeles, ni lo sería nunca, parecía disfrutar con la llegada de los dos chavalines. Vi que instintivamente jugaban apoyándose los tres. El Beatón se sintió acosado de pronto y tuvo que olvidar su misal. Lo protegió a toda prisa envolviéndolo en su chaquetón de paño azul, aquel chaquetón de marinero con botones dorados, y que iba tan a juego con su gorra de lobo de mar...Siempre hablaba de su abuelo que fue patrón mayor, y que había muerto entre las olas después de una lucha titánica, cuando se tiraba de las traineras todavía a remo; Pero el director de orquesta nunca en su vida había tirado de una red. Y a la vista estaba que no tenía ni idea de los otros servicios que una red prestaba, a no ser la de hacer de adorno, y que tampoco en su vida había defendido una portería. Viendo mi oportunidad, ocupé la portería contraria todavía vacante. Entonces llegó ella. Mi amada se había hecho con el balón en un rebote, el del único gol que el nieto de aquel patrón difunto había sido capaz de parar. Los tres niños corrían detrás de ella, para arrebatarle la pelota. Se vio así forzada a tirar a portería antes de que le birlaran el esférico. Estaba demasiado lejos. Y lo paré. Lo cierto es que venía rodando por la arena. Sería buena corriendo ; Pero aquel chute fue más bien flojo. Le pasé el balón a mi ahijado, que no lo era tampoco de papeles, el niño se dio la vuelta feliz con la bola reglamentaria de cuero, mientras ella me decía con cara de pocos amigos_ ¡Cómo eres de traidor!_ Me eché a reír_ Si no tienen portero._ Tú, claro. Como eres chiquitín te vas con los peques._ Eso fue un golpe bajo. La Mística tenía mal perder. Me justifiqué nuevamente al tiempo que el balón volvía a mis manos en el momento que uno de mis jugadores se asustó al verla a ella, tan alta y con el cuello tan largo y enérgico, y la cara toda roja,  arremeter contra él_ ¡No tienen portero!_ Entonces avancé lo que pude en el terreno de juego, le mandé directa la pelota al mejor de los delanteros, el niño más bajito y delgado, y ¡Gol! El chaval metió gol a la primera.

_ ¿Qué le vas a hacer? Si así es el juego_ le explicaba el director del coro a la tiple solista, la de la voz virginal_ No te enfurruñes, que esta vez empatamos._ Y con la misma, como era buen mozo aquel nieto cuyo abuelo habían tragado las olas. Lanzó directa la pelota hasta  que llegó casi hasta el ala izquierda de mi portería. Ella llegaba corriendo y estaba casi a las puertas. Me sentí nervioso, abrumado. Mis  jugadores eran buenos en el ataque; pero me habían dejado a mí toda la defensa.

_ ¡No la dejes!_ gritaron._ ¿Cómo vas a dejar que una mujer te meta un gol? _ Ella en su furia, chutó con toda su rabia, posiblemente no sabía ni a donde apuntaba...De haber tenido la portería poste y red, su tiro, que esta vez fue como una bala, habría rebotado posiblemente en el poste de la izquierda. Corrí tras la pelota y la recogí de la arena mientras la atacante rompía a llorar de rabia._ ¡Así ya podréis celebrar mi gol fallido, ñiñatos de mierda!...¿Cómo les había llamado? ¿Ñiñatos de mierda?... Si la virgen mística hubiera sido bruja, en ese momento se los habría merendado vivos, a los niños, que se abrazaban celebrando aquel gol fallido de la parte contraria con mil fiestas y algarabías.

_ Creo que es bastante injusto. ¡Sois tres contra uno! ¡Imbéciles! O ¿no lo veis?_ Aquel objeto de deseo, de mi deseo, se enjugaba las lágrimas. Y yo, habría corrido a consolarla cuando, como un arcángel salido de la nada, un caballero que en el impás emocional de un partido tan absurdo se había hecho con la pelota, se interpuso en el terreno de juego haciendo florituras con sus pies.

_ ¡Es mi padre! _ Gritó orgulloso uno de los niños._ Y el padre de la criatura, algo más alto que yo, delgadito y esbelto..._¡Pues dile a tu padre que se te una a desbancar a una mujer indefensa! ¡Imbécil! ¡Aprovechados!-_ Interrumpió ella_ ¡Que sois unos machistas que ya desde niños odiáis a las mujeres!_ gritaba desaforada.... De esa especie que le suele gustar a las mujeres, el padre de la criatura se inclinó hacia atrás haciendo una chilena y acertó a servirle en bandeja el balón que puso a sus pies._ Esta vez, aunque confundida-vi que los ojos se le quedaban bizcos- supo reaccionar con rápidos reflejos la enfurruñada jugadora, y me metió limpiamente un gol que lo cierto es que ni vi venir, tan ensimismado como estaba en todo lo que estaba ocurriendo. Siempre dije que debía haber sido escritor. Agaché la cabeza humilde, recogí la pelota empapada de agua de mar y rebozada de arena, la cual después de haber atravesado mi portería había terminado en una de esas pozas que siempre se forman durante  la baja mar. Levanté los brazos mientras elegantemente le guiñaba un ojo a aquel salvador oportuno, y exclamé_ ¡Empates! ¡Y fin del partido!






martes, 2 de marzo de 2021

Las exageraciones nunca fueron buenas 0

 



   Le dio rabia y le entró como una especie de asco cuando la vio temblar sólo porque le había echado cuatro gritos. Había llegado a unas alturas en que se encontraba visiblemente cansado. Era como si tantas frustraciones juntas estuvieran apaleándole más que nunca. Sentía literalmente al apaleador siguiéndole los pasos a cualquier parte que fuera y con la paleta golpeándole el dorso a cada instante. Era hijo de unos ignorantes ¡sus padres! Toda la vida trabajando para aquello. Cierto es que vivía cómodamente. Habían por fin, después de siglos de explotación de su propia generación y de las anteriores, adquirido un buen piso, en una zona centro...Cualquier vecino del pueblo era testigo de su fracaso. Un día pondría una bomba en el portal y haría saltar la calle por los aires... Cierto era que vivían con un pasar, ¡sus padres! ¡menudos ignorantes! Ahuchar, ahuchar, eso es lo que habían hecho toda la vida, en vez de invertir en su educación. Y ¿para qué? Para comprar alfombras.  Hasta en el salón había una alfombra persa. Alfombras y lámparas de cristal, para que se hiciese todavía más rico el de la mueblería del bajo comercial que ocupaba la mejor esquina de la calle, y metros y metros cuadrados de lujo que nadie se podía permitir. Tarde o temprano lo pagarían... Si todos los pisos de la calle eran iguales por fuera y por dentro. Si todo era un quiero y no puedo. Unos egoístas, eso habían sido sus padres. Nunca se habían preocupado mucho ni del porvenir de su hijo ni de su educación. Él podía haber sido cualquier gran cosa importante. Un hombre clave en la política en un momento histórico clave como aquel, momento de reconstrucción democrática, momento de prosperidad. Tenía voluntad, tenía carácter de lucha. Pero nunca había podido estudiar. Lo mismo que aquella mujer que no se le despegaba ni a sol ni a sombra, tampoco había podido estudiar la infeliz, ni habría valido para ello. Él era diferente. La sabiduría se filtraba hacia sus entresijos neuronales desde algún lugar supremo. Era como si tuviere un tercer ojo, como si la... Providencia, le hubiese elegido a él, por alguna causa. Su madre era mucha madre. Siempre la había visto rezando el rosario durante horas. Una mujer de tan sobria elegancia, piadosa y humilde tenía por descontado que haber obtenido alguna recompensa del Altísimo, entonces, qué menos que haber alumbrado a un hijo superior. ¿Por quién rezaba su madre si no era por él?...Había humillado a su madre. Él la había humillado. Ahora lloraba. Luego, arrojaba a gritos de la callejuela, a aquella mujer que le seguía por todas partes. Se habían visto en un lugar poco frecuentado, no muy lejos entre el barrio nuevo y el antiguo. Y la vieja y sombría callejuela que llevaba a un taller de carpintería casi siempre cerrado, por lo menos a aquellas horas de la mañana, y que  acababa en los descampados que subían hacia la montaña, les servía a los dos para refugiarse de miradas indiscretas, miradas ajenas. Aquella mujer no tenía la culpa de un momento de debilidad suyo. Era un hombre. Tampoco tenía él la obligación de atenderla cada si y cada no, como si fuese de vez en cuando, como si hubiese firmado una subscripción con una entidad editorial, sólo porque un día al salir tarde del bar coincidiera con ella, en penas, calores etílicos y sahumerios de tabaco. Aquella mujer era la antítesis de su santa madre. Aquella mujer vivía en un cuchitril, mientras él tenía el buen piso de sus padres. Por algo, por algo le seguía y no se despedía de él. 

   A veces, reconocía dejarse llevar de la violencia. Lo mismo le gritaba a su madre que a la Virgen Santísima. Pero aquella mujer, podía llevarle a la exasperación, aunque luego acabaran en la misma cama. Era delgada y frágil. Sólo el alcohol parecía dotarla de fuerza y tono muscular, desinhibición y calor entre los muslos. Su pelo bruñido y negro, su larga melena ondulada olía siempre bien, como la hierba fresca  bajo el calor del verano. Su pequeña casa estaba siempre limpia. Era un espacio humilde recientemente encalado, y  albergaba tan sólo los estrictos enseres necesarios. La televisión estaba en el cuarto del niño. A ella no le gustaba la televisión. El niño se quedaba dormido viendo la televisión mientras ellos podían estar juntos después de haber entrado a hurtadillas hasta el cuarto de ella. Entonces él, la trataba bien, dulcemente, y también le hacía prometerle que no le seguiría más por la calle, aunque aquella fuese la última vez que yacían juntos, Qué él era libre, que él nunca le había pedido un compromiso. Que cuidara de su hijo, que él la ayudaría con lo que fuera aunque no fuera hijo de él. Que comprendiera que no podían mezclarse hasta hacerse inseparables, que si quería matar a su madre de un disgusto, después de la pérdida reciente de su padre, solo le faltaba eso a la pobre. Que claro que quería tener nietos su madre; Pero nietos propios, no de verte tú a saber quien. 

   Entonces callaban los dos. Oía en el silencio la respiración del niño el cual dormía plácidamente en la otra habitación. Al día siguiente sería domingo. Él saldría de madrugada sin dejar que el niño le viera. Y luego regresaría llevando unos cruasanes, para desayunar  los tres juntos, él, con la mujer y el niño. El niño no tenía la culpa. Se veía a si mismo en aquella tierna edad, un poco reflejado en el chavalín de 11 años, cuando llegaron desde el pueblo aldea al pueblo ciudad, sus padres, él y su hermana.  Conocía al niño junto a su madre desde que el muchachito tendría unos nueve. Era un niño que no tenía muchos amigos, callado y serio, como acomplejado. Los otros vecinos del pueblo no querían que sus propios hijos anduvieran con un hijo de donnadie. Una razón más para que él tomara venganza y pusiese una bomba. Algo se le enternecía entonces por dentro. Una pena profunda le embargaba el alma y casi tenía ganas de llorar. Apagaba el cigarrillo.

_ ¿Qué te pasa? _ Preguntaba la mujer somnolienta.  La cabeza pequeña de la mujer, melena desparramada en la almohada,  yacía apoyada en su brazo dejándole la extremidad dormida.

 _ No es nada. Se me ha metido un poco de humo en  un ojo, y ahora me escuece. Voy a dormir. Entonces, apagaba el cigarrillo y  volviéndose de espaldas lo intentaba, intentaba dormir.

  Después de desayunarse podían ir a dar una vuelta por la playa, y luego jugar un poco con la pelota de futbol.