jueves, 6 de mayo de 2021

 

Fue la lluvia copiosa y fría, y su ritmo repetitivo y constante, amenizado de vez en cuando de algún trueno redondo y sonoro allende tierra a dentro, lejos del Camino Alto, lo que acabó por darle consuelo, lluvia cuya especie de persistente pureza, ya desde niño le calmaba. Luego por la mañana sería domingo, nadie tenía nada que hacer, el domingo a esas horas la gente aún no habría asomado los ojos, más cuando habían quitado la misa de las siete y media. La misa de las siete y media...Pensó entonces que si un monje empieza El Oficio de Lectura a las cinco y media, tras ese oficio se desayuna, y enseguida empieza la misa, quizá le sería bastante difícil seguir esa vocación. Se despertó. Suspiró al acordarse de pronto de aquella mujer joven, la que aparecía en sus pesadillas de adulto. Luego, se acordó de la cueva recién descubierta y en la posibilidad de iniciar una exploración en condiciones.

  Se levantó. Y después de las abluciones obligadas, todavía en pijama, se sirvió café de la cafetera y lo metió en el microondas... Rubia caramelo, del color de aquel muchacho, su difunto hermano, pero alta, esbelta, orgullosa... 

  ¿Quién se creía que era para despreciarle, a él? Tres años levantándose de madrugada para no faltar a la primera misa, tres años de piadosa adoración a  aquella virgen viviente de carne y hueso para descubrir que, como todas, era un demonio de vanidad y lujuria, de hipocresía  e interés... Echó el trago de café sin haber agitado la cucharilla en las vueltas pertinentes y casi se quema. Un café solo por las mañanas y entraba en las prisas de vestirse mientras su cerebro, otra vez, se ponía a cien: Quitaron la misa porque solo iban cuatro pelagatos, bueno, cinco, tres viejos marineros, ella y yo. Más el cura, más, las monjas, haciendo un montante de unas quince personas . No se sacaba ni cepillo. No merecía la pena. Pero me ha venido bien la misa de vísperas, una misa que tampoco es multitudinaria. Y a mí, que nunca me ha gustado madrugar. Además a esas horas tampoco hay mucha gente en la calle. ¡Mejor! No me apetece encontrarme con nadie.

Antes de comer, igual me subo a la huerta...Por aquí tenía yo una buena linterna.

Revolvió en unos cajones de la cómoda de la entrada y hablando sólo dijo:_ Esta daba una buena luz,digna del mejor expeólogo. Me faltan las pilas. Por aquí tenía que haber unas pilas._ Y siguió revolviendo.

Su madre le oyó hablar en voz alta.

_ ¿Para qué necesitas la linterna? ¿Qué estás rebuscando?_ Preguntó ya en el pasillo, justo detrás suyo.

_ He descubierto una cueva. Al menos, eso parece, la entrada de una cueva.

_ Te refieres a la que hay en la huerta de las monjas.

_ ¿Cómo lo sabe que hay ahí una cueva?

_ Estoy aburrida de entrar y salir por ahí. De niñas jugábamos a ver quién se atrevía a pasar el pasadizo. Y yo era de las atrevidas. Luego el ayuntamiento mandó clausurar la entrada.

Su madre era nacida y criada en Portugazo**** Luego, se casó con un aldeano del concejo de allende la ría. Y era esa la razón por la que él se había criado en la aldea hasta regresar a Portugazo.

_ Nunca había oido hablar de ese pasadizo.

_ Hay varios. Son de la época medieval, y comunicaban entre sí algunas de las casas importantes e institucionales del pueblo. Y eran también una salida en caso de sitio. Por eso las salidas son generalmente por Cantera Ora._ Su madre continuó explicando._ A veces, de niños, cuando jugábamos entre los muros del viejo puerto medieval, el que había antes de que se fueran retirando las aguas con los años, nos metíamos por la oscura Puerta de La Mar, y subíamos, y subíamos...Los más atrevidos.

_ Usted era de las atrevidas, entonces.

_ No esté mal admitirlo. Lo era.

La mujer sonrío complacida. Parecían dos niños, la madre y su hijo, hablando de aventuras.









 

Le dio rabia y le entró como una especie de asco cuando la vio temblar sólo porque le había echado cuatro gritos. ¿Cómo no sentir vergüenza de semejante compañía? En mala hora se había dejado envolver. No era mala mujer. Por lo general hablaba muy poco, se había hecho a mantener esa especie de silencio que guardan los que no tienen mucho bueno que contar, más bien al contrario. Y ¿qué iba a contar esta pobre? ¿Que había tenido que salir de casa de su madre para que su hermano borracho no la matara a empellones? Al primer corto de cerveza se desinhibía, y se volvía más locuaz, al segundo te abría su corazón y te contaba el drama de su vida, al tercero o caía en un trance de estulticia donde se balanceaba al intentar mantenerse en pie, o le daba llorona. Y él, lo que no soportaba eran los lloros, que para eso se iba a su casa. Había llegado a unas alturas en que se encontraba visiblemente cansado. ¡Envidiaba incluso la vida de las monjas! Imaginándose rutinas para nada exigentes pensó que la vida monacal no estaba tan mal comparada con la del vicioso, persiguiendo un asidero inalcanzable al tiempo que se rueda la cuesta abajo.

No quería ni mirarla. El hijo debía de haberse quedado ese viernes en casa de unos primos segundos. Y ella se había descontrolado más de lo habitual. Lo mejor era dejarla en su cama, y darse la media vuelta. Aquella no era carne de su gusto. Y él necesitaba descansar de lo más cansado que puede haber, de nada. No había esfuerzo puntual, ni siquiera el tirar de azada como un loco desentrenado que pudiera calmar su ansiedad, la de estar perdido del todo para el mundo del trabajo remunerado. ¡Con todos los vagos que había chupando del bote! Gente que cobraba sólo por fichar. Todas las frustraciones juntas, todos los complejos, le acorralaran simultáneamente. Haciéndole sentir al apaleador figurado siguiéndole los pasos a cualquier parte que fuera y con la paleta golpeándole el dorso a cada instante. Entonces se preguntaba qué demonios hacía él teniendo que ver con esa gente de cuarta o tercera fila. Él mismo, hijo de unos ignorantes ¡sus padres! Toda la vida trabajando para aquello. Cierto, que vivían cómodamente. Habían por fin, después de siglos de explotación de su propia generación, de las anteriores, y de los propios hijos, adquirido un buen piso en una zona centro...Cualquier vecino del pueblo era testigo de que él vivía todavía de sus padres, incluso estando su padre muerto; Pero el viejo había dejado todo bien amarrado.

La dejó a ella a la puerta de su casa, en el primer umbral, donde empezaba la subida al Barrio Viejo. Y con la misma se fue a la suya propia, donde posiblemente le esperaría su madre con la cena. Al entrar en el nuevo y flamante edificio de cómodos y amplios pisos, antes de llamar al ascensor, sólo de pensar en el dinero que se le iba a su madre en el pago de comunidad al mes sintió un súbito furor aún mayor que el que le había revuelto su compañera de repuesto nada más dejar el bar, cuando casi se la tiene que echar al hombro. Un día pondría una bomba en el portal y haría saltar la calle por los aires...



Habían vivido siempre con un pasar, gracias principalmente al esfuerzo de sus padres, gente del campo ¡Sus padres! ¡Menudos ignorantes! Ahuchar, ahuchar, eso es lo que habían hecho toda la vida, en vez de invertir en su educación. Y ¿para qué? ¿Para comprar alfombras?  Hasta en el salón había una alfombra persa. Alfombras y lámparas de cristal, para que se hiciese todavía más rico el de la mueblería del bajo comercial que ocupaba la mejor esquina de la calle, y metros y metros cuadrados de lujo que nadie se podía permitir. Tarde o temprano lo pagarían... Si todos los pisos de la calle eran iguales por fuera y por dentro. Si todo era un quiero y no puedo. Unos egoístas, eso habían sido sus padres. Nunca se habían preocupado mucho ni del porvenir de su hijo ni de su educación. Él podía haber sido cualquier gran cosa importante. Un hombre clave en la política en un momento histórico clave como aquel, momento de reconstrucción democrática, momento de prosperidad. Tenía voluntad, tenía carácter de lucha. Pero nunca había podido estudiar. Lo mismo que aquella mujer que no se le despegaba ni a sol ni a sombra, tampoco había podido estudiar la infeliz, ni habría valido para ello. Él era diferente. La sabiduría se filtraba hacia sus entresijos neuronales desde algún lugar supremo. Era como si tuviere un tercer ojo, como si la... Providencia, le hubiese elegido a él, por alguna causa. Su madre era mucha madre. Siempre la había visto rezando el rosario durante horas. Una mujer de tan sobria elegancia, piadosa y humilde tenía por descontado que haber obtenido alguna recompensa del Altísimo, entonces, ¿qué menos que haber alumbrado a un hijo superior? ¿Por quién rezaba su madre si no era por él?...Había humillado a su madre, decepcionándola, incluso levantándole la voz muchas veces. Él la había humillado. Ahora lloraba. Luego, arrojaba a gritos de la callejuela, a aquella mujer que le seguía por todas partes; Pero no le servía de nada. No se la sacaba ni con agua hirviendo. Y él no tenía dinero propio, el que obtenía haciendo algún que otro trabajillo esporádico no le duraba nunca mucho. Y a su madre, todavía tenía vergüenza, no iba a pedirle una asignación, lo más que se atrevía era a sisarle algo de la vuelta cuando le mandaba a por las compras.

Aquella pobre, se refería a la que se pingaba en ese mismo momento de su brazo, no tenía la culpa de su amargura. Ella no le seguía por dinero, lo sabía bien, era por algo mucho más incómodo, era por amor. Aunque posiblemente sólo fuera por compañía. Era una mujer que estaba muy, muy sola. No tenía ni siquiera amigas, y bebía demasiado.

   

Ese día se habían visto en una callejuela medio escondida entre el barrio nuevo y el antiguo. Y la vieja y sombría callejuela que llevaba a un taller de carpintería casi siempre cerrado, por lo menos a aquellas horas de la mañana, y que  acababa en los descampados que subían hacia la montaña, les servía a los dos para refugiarse de miradas indiscretas, miradas ajenas. Aquella mujer no tenía la culpa de un momento de debilidad suyo. Era un hombre. Tampoco tenía él la obligación de atenderla cada si y cada no, como si fuese de vez en cuando, como si hubiese firmado una subscripción con una entidad editorial, sólo porque se conocieran el día aquel en que ella casi se descalabra, y él caballerosamente hubo de acompañarla a ella y a su hijo hasta la misma casa de ella. Y sólo porque días más tarde al salir del bar coincidiera con ella, en penas, calores etílicos y sahumerios de tabaco... Aquella mujer era la antítesis de su santa madre. Aquella mujer vivía en un cuchitril, mientras él tenía el buen piso de sus padres. Por algo, por algo le seguía y no se despedía de él. 



 

Todavía existe un gran trozo de muralla del Bajo Medievo en El Camino Alto, medio comido por unas partes por los impactos de terrones y pedruscos que cayeron de la conocida como Cantera Ora con motivo de las progresivas ampliaciones a lo largo de siglos venideros del Camino Real, y medio enterrada por otras._ Y de aquellos tiempos inmemoriables, a la actual carretera general_ Le explicaba un hombre al otro._ Para entonces, ya los paisanos habían sabido aprovechar durante generaciones las antiguas terrazas de la vieja cantera acondicionando aquí buena parte de sus pequeños huertos, los que quedan maravillosamente colgantes, como ves, y a sotavento del nordeste que sopla por esta tierra. Luego siglos después llegados Los Franciscanos, construyeron su convento en aquellos arrabales de la villa sitos bajo la antigua cantera y levantaron las murallas ampliando con ellas el propio centro neurálgico de nuestra Villa.

Beato suspiró. En aquella obra los franciscanos habían aprovechado muchos de aquellos trozos de peña sueltas, originados en las sucesivas obras de los hombres a lo largo del tiempo, para realizar la magnificencia de su obra física. La moral no fue tan eficiente, puesto que tan solo dos siglos después, allá por El Renacimiento, fueron desahuciados por los propios habitantes del pueblo, los cuales, como siempre, y empezando por los más poderosos, evitando dar muestras de la más mínima consideración, los invitaron a construir en mitad de las marismas su nueva casa, como a quince quilómetros, bien lejos, o quizá veinte entre vueltas y recovecos, mediando entre su antiguo asentamiento, y la nueva elegida localización al otro lado de la manga de la ría.

_ ¿Tuvieron aquellos santos varones que pagar el peaje de la barca?_ Muchas veces me lo pregunto.

_ Supongo que no. La iglesia desde que se fundó, ha gozado siempre de privilegios.

_ Discrepo de esa teoría_ Musitó el más grande de los hombres._ Piensa en las persecuciones sufridas.

Sentados en la parte más baja de aquella muralla, y mirando hacia la bahía, una de las más hermosas que puedan ojos humanos contemplar, hablaban dos hombres jóvenes, unos de ellos amante indiscutible de la historia local, tan amante y encendido, como todos los que siembran de anacronismos favorables a su fantasía, la historia oficial. El otro, era yo. Cuando mi amigo me señaló ayende la ría el negro Monte Aldo de graciosa y perfecta curba sobresaliendo de las remansadas aguas de la blanca ensenada, destacando en la cadena del resto de los montes, el sol ya caía derramando toda una gracia de colores purpúreos sobre el mar. Y mientras hablábamos, fue el astro Helios desapareciendo justamente por detrás del Monte Ando a cuya protección, adosándose en su falda, inspiró Nuestro Dios, a sus errantes hijos, hermanos entre ellos, todos en aquellos aciagos momentos, sin hogar, la nueva localización de su convento.



_ Gracias por todas estas nociones de la historia de nuestro pueblo, que ignoraba como ignorante que soy._ Admití redundante.

Mi amigo se levantó entonces. De porte descomunal, posiblemente le llegaría yo a la altura del sobaco, se dobló hacía adelante, levemente, para sacudirse las brinas de hierba aplastada pegadas a las posaderas de sus pantalones y desprender el resto de tallos y hojitas secas de los bajos de su querido chaquetón de paño azulmarino; Prenda fetiche era aquel chaquetón, con la que a sí mismo se recordaba a su abuelo, viejo lobo de mar, cada vez que se contemplaba en el espejo.



_ Tengo que irme, porque me empieza ya el rosario.

Recogió su misal, y añadió antes de despedirse la siguiente frase: “Ya sabes. Ahora, buena parte de estas viñas son de las monjas, así que, cuídaselas bien.

Bien que lo sabía. Se adelantó el beato mientras yo recogía las herramientas de hortelano y las guardaba dentro del cobertizo. Al salir ya oscurecía, y me tropecé con una piedra lo bastante alta como para hacer de ella la piedra angular de otro cenobio, en el más lejano lugar de mi imaginación. Me había trabado un pie en una puñetera corrihuela. Tiré de la cuerda guía por donde corre la mala hierba, y era tan larga la maldita, que mientras la desarraigaba, salieron a relucir aparte de las comunes hiedras, unas cuantas zarzas incipientes, mas pinchudas y enredadoras ¡las condenadas! No iba a terminar nunca de limpiar aquello. Seguí y seguí bajo la escasa luz del crepúsculo, y fue entonces cunado topé con la entrada de una cueva medio hundida en el desnivel natural que formaba el terreno, y no más alta que yo, quizá incluso menos, pues el dintel de la entrada no tendría más de un metro cincuenta.

Escamado me quedé. Pero decidí marcharme. Iría yo también a misa. Estaba deseando coincidir con el amor de mis entretelas, vieja amiga de mi nuevo amigo. Y yo haciéndome aquellos planes, cuando al salir del huerto y cerrar la puerta, allí estaba la otra, la que no tengo ganas ni de nombrar, medio agazapada en la penumbra, apoyada en el muelle verdor del muro, tomando el frescor de la tarde quizá, por ver si la refrescaba el caletre y le bajaba los calores del vino.

Deja que otra voz narrante siga con la historia.



jueves, 1 de abril de 2021

 



    Ladraba un perro al final de la calle, obediente a la voz del amo se calló pronto. Al rato, la lejana tormenta que el animal había percibido bramaba desbocándose con gran aparato sobre los primeros edificios del pueblo. El hombre, metido en la cama, arrepentido de no haberse echado una manta más encima, pensó en Sodoma y Gomorra. En su duermevela, aquella mujer tan pronto parecía uno de los ángeles...Serían ángeles, aunque lo más posible fue que fueran jóvenes...Uno de los ángeles que visitaron a Lot para avisarle de que se pusiese a salvo porque la ciudad en la que vivía él con su familia sería desbastada, destruida por completo con hielo y fuego...Como... Sin llegar a caer rendido, se dio el hombre la media vuelta en su lecho. La ventana tiritaba ante los empujes de las ráfagas violentas de aire que una nueva ciclogénesis levantaba a doquier. Luego escuchó como el ruido de cascabeles, y era el chaparrón en plena noche repiqueteando contra los cristales y la media persiana levantada. Su cuarto daba al Noroeste. Entonces pasó un coche por la general, y entre el relampagueo de los faros entrando por debajo de la media persiana levantada y el ruido de cascabeles, la vio de nuevo a ella como en sueños, bailando seductora primero, libidinosa después, y pidiendo la cabeza de alguien al posar sus sensuales labios en los suyos, antes de meterle la lengua hasta la laringe para impedirle gritar.  

   

    Fue la lluvia copiosa y fría, y su ritmo repetitivo y constante, amenizado de vez en cuando de algún trueno redondo y sonoro allende tierra a dentro, lejos del Camino Alto, lo que acabó consolándole. Lluvia cuya especie de persistente pureza, ya desde niño le calmaba. Luego por la mañana sería domingo, nadie tenía nada que hacer, el domingo a esas horas la gente aún no habría asomado los ojos, más cuando habían quitado la misa de las siete y media. La misa de las siete y media... Se despertó. Suspiró al acordarse de pronto de aquella mujer joven, la que aparecía en sus pesadillas de adulto.

  Se levantó. Y después de las obligadas abluciones, todavía en pijama, se sirvió café de la cafetera y lo metió en el microondas... Rubia caramelo, del color de aquel muchacho, su difunto hermano, pero alta, esbelta, orgullosa... 

  ¿Quién se creía que era para despreciarle a él? Tres años levantándose de madrugada para no faltar a la primera misa, tres años de piadosa adoración a  aquella virgen viviente de carne y hueso para descubrir que, como todas, era un demonio de vanidad y lujuria, de hipocresía  e interés... Echó el trago de café sin haberle dado vueltas con la cucharilla y casi se quema. Un café solo por las mañanas y entraba en las prisas de vestirse mientras su cerebro, otra vez, se ponía a cien: Quitaron la misa porque solo iban cuatro pelagatos, bueno, cinco, tres viejos marineros, ella y yo. Claro que luego estaba el cura, y las monjas, haciendo un montante en total de unas quince personas las que asistían al oficio. No se hacía un buen cepillo. No merecía la pena. Pero me ha venido bien la misa de vísperas, una misa que tampoco es multitudinaria. Y a mí, que nunca me ha gustado madrugar. Además a esas horas tampoco hay mucha gente en la calle. ¡Mejor! No me apetece encontrarme con nadie.


   Muchas veces, demasiadas, sentía como si cualquiera pudiese leer en su cara, todas y cada una de las decepciones que le había dado la vida. Las mujeres le habían plantado, alguna incluso en el propio altar... Y eso había recibido, calabazas, sistemáticamente, desde su juventud. ¡Si el hubiera sido alto y de buena planta! 

   Tampoco había empresa fuerte, o taller de utilidad que no le hubiese rechazado para trabajar. Sabía de todo; pero no rendía en nada. La palabra oportunidad no existía para él.

   Salió a la calle, aún sin tener ganas de encontrarse con nadie... Rezar, había rezado. Durante tres años no había faltado a la misa diaria ni un solo día. Luego, a la salida, después de estirar un poco las piernas solía volver sobre las nueve de la mañana a casa. Y ese domingo sería igual; Pero sin misa. Encontraba a su madre, ya mayor, haciendo el desayuno. Entonces desayunaba con ella, aunque no cruzaban una palabra, y luego se volvía a la cama hasta las doce o las tres, según lo que le apeteciera dormir. Recordaba que, cuando quitaron la misa de la mañana, aquello le vino estupendamente y le ayudó a albergar nuevas ilusiones.

   Al anochecer había esperado fiel  a la salida, y sólo por  ella, la cual solía asistir  a esa misa por la tarde. Eran amigos. A ella le gustaba explicarle La Palabra. Se habían conocido el día del funeral del hermano de ella, aquel joven loco del color de un pirulí pegajoso, rubio, con las mejillas siempre de color bermellón, y que se había quitado la vida arrojándose de un andamio al vacío. Habían pintado juntos, paredes, carpinterías, fachadas. Ella sólo podía conocerle a él de vista, de haberle visto con su hermano. De eso que aquella joven se hubiese hecho medio monja, casi una penitente. Decía que era pecado suicidarse, que su pobre hermano quizá había estado poseído y que, aunque no se le había negado la cristiana sepultura, ella tenía que rezar por él todo lo que pudiera. Entonces,  mientras luego le explicaba La Palabra, al tiempo se dejaba acompañar hasta la puerta de su casa. Y así cada día, durante al menos año y medio. Hasta el día en que él se declaró una noche de verano, después de haber caminado la ida y la vuelta  del espigón del puerto, que era bien largo, por partida doble; Después de contemplar juntos como el sol sediento al final de la larga jornada se hundía en el agua de la ría. Y ella rompió a reír. No sólo se conformó con rechazarle, que se había reído de él, reído, con todas las letras.  De cualquier manera, fuera como fuera, o hubiese sido como fue, se sentía tan sumamente desgraciado, que una vez de vuelta a la cama todavía caliente, con el desayuno de tenedor confortando su miserable estómago, allí quería quedarse para no volver a levantarse más, con el único deseo de escuchar un ¡Bum! lejano, y que a él no le pillara, mientras todo saltaba por los aires.  

miércoles, 17 de marzo de 2021

Las exageraciones nunca fueron buenas 5

 


   _ ¡No creáis que me vais a dejar atrás!_ Eso les dije.. Mi tono era el tono de broma, aunque por dentro estuviera hecho un volcán._ ¡Os voy a dar una quemada!_ Exclamé al tiempo que me lanzaba a la carrera._ Aunque tengo ya mis cuarenta y cinco estoy hecho un chaval..._ no entiendo porqué tuve que dar explicaciones. Tampoco sabía muy bien lo que quería; Si me gustaba que ella estuviera también jugando en el campo o no me gustaba. A los dos minutos de semejante salida sentí un peso en el pecho que parecía que me iba a fulminar. No era físico. No podía ser físico. Sin mujer, sin hijos, sin obligaciones, haciendo la vida que quiero...No puede ser que sufra de agotamiento físico permanente. Era algo moral. Es moral.

    Le pasé la pelota  a mi hijo adoptivo. Me hice a un lado, mientras los demás corrían. Ella más que nadie, donde la distancia de portería a portería no parecía ser impedimento ninguno.

   Luego, de pronto, sentí que alguien clavaba sus ojos en mi nuca. Era esa mujer que dicen que es una madre soltera, con sus dos hijos, los niños se habían apuntado al equipo invisible contrincante. Y Ella, la que va de ser mi amor platónico, la que tiene que ser mía, agitaba la mano mientras corría en pos del balón, en plan de dar la bien venida a los nuevos jugadores espontáneos... La artista del pueblo, se creía la artista del pueblo, la madre soltera. Una mujer sin filtros. Una mujer libre. Y parecían amigas, Ella y la madre soltera, la artista. Era lo que me faltaba. Una interrupción abrupta en forma de mujer curvilínea, con dos hijos tenidos por su cuenta: Pintora, escultora, música, directora de cortos de cine, aficionada que no lo hacía nada mal, colaboradora frecuente del periódico regional de más tirada. Lo tenía todo, además de dinero para poder dedicarse a ser quien era. Y ¿esas son amigas?  ¿Había caído él, un comunista, afiliado al partido de los trabajadores desde los tiempos de la clandestinidad, él, uno de los que prepararon la venida de Carrillo a España desde el exilio, o al menos uno de los que formaban la gruesa piel de los brazos derechos de aquel viejo prócer de la patria nueva... Había caído, sin percibirlo antes, en el  estrecho y rancio círculo de la flor y nata del pueblo?...Sólo de pensarlo me entraron ganas de devolver. Siempre con el estómago vacío. Otra vez abatido, sentí que era culpa mía. Tuve ganas de meterme un tiro en la sien... Si alguien iba a escribir mi vida para una película, no sería aquella guionista del tres al cuarto, ese sería yo; Pero antes, antes me llevaría a unos cuantos por delante.

   

Las exageraciones nunca fueron buenas 4 #

 


   Quizá se veía así misma demasiado joven para él. Y por ende, le veía viejo. Y aunque no le sacaba más de ocho años, u once a lo sumo, posiblemente esa había sido la causa de que ella le rechazara entre risas. Después de haber conseguido de él ser como el perrito faldero que la seguía a todas las partes. Ahora el perrito querría lanzarse al tobillo de la bien amada, morderla con rabia y hacerle sangre ya que no podía alcanzar su altivo cuello ni  engancharse a su garganta. Después de que aquella mujer le hubiese hecho albergar tantas ilusiones ahora quería verla morir, o más que morir, verla en una agonía semejante a la suya.

   No. La edad no podía ser el impedimento. Él se había empeñado, durante todo aquel tiempo, en demostrar lo fuerte que estaba. Y ella lo había visto, que se conservaba ágil como un chaval. Hacía dos veranos les había dado a los dos por ir a jugar al futbol con unos amigos. Le gustaba verla correr, grácil y enérgica simultáneamente, como sólo las mujeres pueden serlo. Contemplar aquel cuerpo casi perfecto, de atleta, era su único anhelo. Si hubieran llegado a casarse ni siquiera le habría pedido tener hijos, ¿Para qué? Él ya tenía una especie de hijo adoptivo de quien ocuparse, el hijo de la vecina alcohólica, la que vivía a la vuelta de la esquina en una calle adyacente a la suya, subiendo ya al barrio viejo. Aquel domingo le había sido imposible acudir con los cruasanes y juntarse al desayuno. La chica del despacho del pan parecía haber cambiado el horario. Ahora  los domingos sólo abría de diez  de la mañana a dos de la tarde, cuando lo habitual hubiese sido de ocho a una y media... Rezongó y se dio media vuelta en la cama. No pensaba levantarse ni a comer. Acaso lo haría sobre las tres para volverse luego otra vez a la cama. Prefería, en aquellas circunstancias, soñar antes que salir a la calle y vagabundear un domingo cualquiera, invernal, anodino y triste  introduciéndose dentro de aquella neblina de perfiles desdibujados e indefinidos hasta el aburrimiento mortal; Calígine persistente, gélida y quieta que empapaba todo... Prefería, imaginarse el paseo....Uno con su amiga. Por en cima de todo,  ella era su amiga. Había sido su amiga. Y él lo había fastidiado todo dejándose llevar por la carne.

   Recordó los partidos de futbol de playa los domingos de bajamar. Él ya se había convertido en todo un forofo en los viejos tiempos en que fue camarero en el bar emblema, principal patrocinador de los muchachos futbolistas que descollaban en el pueblo, centro de reuniones de los futbol aficionados de la villa e hinchas incondicionales del equipo local...Disfrutaban todos... Ella venía con ellos, o él iba con ellos porque ellos iban con ella... Aunque en realidad, la idea del partido había sido de él. "¡No creáis que me vais a dejar atrás! ¡Os voy a dar una quemada!" Había exclamado, contento, eufórico, a pesar de tener ya los miembros medio entumecidos por la carencia de cualquier tipo de entrenamiento. Pero él, para ganar, sólo necesitaba imaginación y una voluntad rayana en la autoinmolación. En el fragor de la competición, estaba dispuesto a morir en cada uno y todos de los instantes que veía como oportunidades preciosas para salvar el partido a favor de su equipo, y dejarles a todos con la boca abierta. Al beatón, que debido a su abulia de director de orquesta no iba más allá de ocupar la portería, y que no pensaba para nada en arriesgar su buena calma por ganar o perder; Al delantero preferido, aquel niño de once años, aquel niño sin amigos, el de los cruasanes. Los cruasanes le daban siempre mucha energía. A ella, la centro campista, que jugaba lo mismo de lateral izquierda o de defensa, y que como él decía graciosamente, era como un "tres en uno". A los tres o cuatro integrantes del coro, aquellos jóvenes tímidos, a los que había que sacudir la timidez, y que fuera del refugio de la coral, debían enfrentarse al mundo con habilidades más útiles, y el futbol playero era una de ellas...Claro que no formaban parte de la liga oficial del futbol playero del pueblo. El tiempo de duración del partido duraba lo que les duraba el resuello. Primero, como calentamiento previo habían estado viendo jugar a los "profesionales" y así casi se les había pasado la mañana. Luego, ya cerca del mediodía, ellos habían aprovechado los bastos campos dibujados en la arena, extenuantes de punta a punta. Las porterías eran demasiado anchas para defenderse propiamente, y el portero solía de vez en cuando detener el tiempo hasta para echarle un vistazo a su misal, no sea que se lo robaran o acabara tragado por la arena. Era ¡tan fácil! meter un gol.

   _ ¡No creáis que me vais a dejar atrás!_ Eso les dije.. Mi tono era el tono de broma, aunque por dentro estuviera hecho un volcán._ ¡Os voy a dar una quemada!_ Exclamé al tiempo que me lanzaba a la carrera._ Aunque tengo ya mis cuarenta y cinco estoy hecho un chaval..._ no entiendo porqué tuve que dar explicaciones. Tampoco sabía muy bien lo que quería; Si me gustaba que ella estuviera también jugando en el campo o no me gustaba. A los dos minutos de semejante salida sentí un peso en el pecho que parecía que me iba a fulminar. No era físico. No podía ser físico. Sin mujer, sin hijos, sin obligaciones, haciendo la vida que quiero...No puede ser que sufra de agotamiento físico permanente. Era algo moral. Es moral.

    Le pasé la pelota  a mi hijo adoptivo. Me hice a un lado, mientras los demás corrían. Ella más que nadie, donde la distancia de portería a portería no parecía ser impedimento ninguno.

   Luego, de pronto, sentí que alguien clavaba sus ojos en mi nuca. Era esa mujer que dicen que es una madre soltera, con sus dos hijos, los niños se habían apuntado al equipo invisible contrincante. Y Ella, la que va de ser mi amor platónico, la que tiene que ser mía, agitaba la mano mientras corría en pos del balón, en plan de dar la bien venida a los nuevos jugadores espontáneos... La artista del pueblo, se creía la artista del pueblo, la madre soltera. Una mujer sin filtros. Una mujer libre. Y parecían amigas, Ella y la madre soltera, la artista. Era lo que me faltaba. Una interrupción abrupta en forma de mujer curvilínea, con dos hijos tenidos por su cuenta: Pintora, escultora, música, directora de cortos de cine, aficionada que no lo hacía nada mal, colaboradora frecuente del periódico regional de más tirada. Lo tenía todo, además de dinero para poder dedicarse a ser quien era. Y ¿esas son amigas?  ¿Había caído él, un comunista, afiliado al partido de los trabajadores desde los tiempos de la clandestinidad, él, uno de los que prepararon la venida de Carrillo a España desde el exilio, o al menos uno de los que formaban la gruesa piel de los brazos derechos de aquel viejo prócer de la patria nueva... Había caído, sin percibirlo antes, en el  estrecho y rancio círculo de la flor y nata del pueblo?...Sólo de pensarlo me entraron ganas de devolver. Siempre con el estómago vacío. Otra vez abatido, sentí que era culpa mía. Tuve ganas de meterme un tiro en la sien... Si alguien iba a escribir mi vida para una película, no sería aquella guionista del tres al cuarto, ese sería yo; Pero antes, antes me llevaría a unos cuantos por delante.


  Estuve pensando en incorporarme otra vez al partido o no. Mi hijo adoptivo, de corazón en aquel momento aciago, no de papeles, ni lo sería nunca, parecía disfrutar con la llegada de los dos chavalines. Vi que instintivamente jugaban apoyándose los tres. El Beatón se sintió acosado de pronto y tuvo que olvidar su misal. Lo protegió a toda prisa envolviéndolo en su chaquetón de paño azul, aquel chaquetón de marinero con botones dorados, y que iba tan a juego con su gorra de lobo de mar...Siempre hablaba de su abuelo que fue patrón mayor, y que había muerto entre las olas después de una lucha titánica, cuando se tiraba de las traineras todavía a remo; Pero el director de orquesta nunca en su vida había tirado de una red. Y a la vista estaba que no tenía ni idea de los otros servicios que una red prestaba, a no ser la de hacer de adorno, y que tampoco en su vida había defendido una portería. Viendo mi oportunidad, ocupé la portería contraria todavía vacante. Entonces llegó ella. Mi amada se había hecho con el balón en un rebote, el del único gol que el nieto de aquel patrón difunto había sido capaz de parar. Los tres niños corrían detrás de ella, para arrebatarle la pelota. Se vio así forzada a tirar a portería antes de que le birlaran el esférico. Estaba demasiado lejos. Y lo paré. Lo cierto es que venía rodando por la arena. Sería buena corriendo ; Pero aquel chute fue más bien flojo. Le pasé el balón a mi ahijado, que no lo era tampoco de papeles, el niño se dio la vuelta feliz con la bola reglamentaria de cuero, mientras ella me decía con cara de pocos amigos_ ¡Cómo eres de traidor!_ Me eché a reír_ Si no tienen portero._ Tú, claro. Como eres chiquitín te vas con los peques._ Eso fue un golpe bajo. La Mística tenía mal perder. Me justifiqué nuevamente al tiempo que el balón volvía a mis manos en el momento que uno de mis jugadores se asustó al verla a ella, tan alta y con el cuello tan largo y enérgico, y la cara toda roja,  arremeter contra él_ ¡No tienen portero!_ Entonces avancé lo que pude en el terreno de juego, le mandé directa la pelota al mejor de los delanteros, el niño más bajito y delgado, y ¡Gol! El chaval metió gol a la primera.

_ ¿Qué le vas a hacer? Si así es el juego_ le explicaba el director del coro a la tiple solista, la de la voz virginal_ No te enfurruñes, que esta vez empatamos._ Y con la misma, como era buen mozo aquel nieto cuyo abuelo habían tragado las olas. Lanzó directa la pelota hasta  que llegó casi hasta el ala izquierda de mi portería. Ella llegaba corriendo y estaba casi a las puertas. Me sentí nervioso, abrumado. Mis  jugadores eran buenos en el ataque; pero me habían dejado a mí toda la defensa.

_ ¡No la dejes!_ gritaron._ ¿Cómo vas a dejar que una mujer te meta un gol? _ Ella en su furia, chutó con toda su rabia, posiblemente no sabía ni a donde apuntaba...De haber tenido la portería poste y red, su tiro, que esta vez fue como una bala, habría rebotado posiblemente en el poste de la izquierda. Corrí tras la pelota y la recogí de la arena mientras la atacante rompía a llorar de rabia._ ¡Así ya podréis celebrar mi gol fallido, niñatos de mierda!...¿Cómo les había llamado? ¿Niñatos de mierda?... Si la virgen mística hubiera sido bruja, en ese momento se los habría merendado vivos, a los niños, que se abrazaban celebrando aquel gol fallido de la parte contraria con mil fiestas y algarabías.

_ Creo que es bastante injusto. ¡Sois tres contra uno! ¡Imbéciles! O ¿no lo veis?_ Aquel objeto de deseo, de mi deseo, se enjugaba las lágrimas. Y yo, habría corrido a consolarla cuando, como un arcángel salido de la nada, un caballero que en el impás emocional de un partido tan absurdo se había hecho con la pelota, se interpuso en el terreno de juego haciendo florituras con sus pies.

_ ¡Es mi padre! _ Gritó orgulloso uno de los niños._ Y el padre de la criatura, algo más alto que yo, delgadito y esbelto..._¡Pues dile a tu padre que se te una a desbancar a una mujer indefensa! ¡Imbécil! ¡Aprovechados!-_ Interrumpió ella_ ¡Que sois unos machistas que ya desde niños odiáis a las mujeres!_ gritaba desaforada.... De esa especie que le suele gustar a las mujeres, el padre de la criatura se inclinó hacia atrás haciendo una chilena y acertó a servirle en bandeja el balón que puso a sus pies._ Esta vez, aunque confundida-vi que los ojos se le quedaban bizcos- supo reaccionar con rápidos reflejos la enfurruñada jugadora, y me metió limpiamente un gol que lo cierto es que ni vi venir, tan ensimismado como estaba en todo lo que estaba ocurriendo. Siempre dije que debía haber sido escritor. Agaché la cabeza humilde, recogí la pelota empapada de agua de mar y rebozada de arena, la cual después de haber atravesado mi portería había terminado en una de esas pozas que siempre se forman durante  la baja mar. Levanté los brazos mientras elegantemente le guiñaba un ojo a aquel salvador oportuno, y exclamé_ ¡Empates! ¡Y fin del partido!



   

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Las exageraciones nunca fueron buenas

 


    Estuve pensando en incorporarme otra vez al partido o no. Mi hijo adoptivo, de corazón en aquel momento aciago, no de papeles, ni lo sería nunca, parecía disfrutar con la llegada de los dos chavalines. Vi que instintivamente jugaban apoyándose los tres. El Beatón se sintió acosado de pronto y tuvo que olvidar su misal. Lo protegió a toda prisa envolviéndolo en su chaquetón de paño azul, aquel chaquetón de marinero con botones dorados, y que iba tan a juego con su gorra de lobo de mar...Siempre hablaba de su abuelo que fue patrón mayor, y que había muerto entre las olas después de una lucha titánica, cuando se tiraba de las traineras todavía a remo; Pero el director de orquesta nunca en su vida había tirado de una red. Y a la vista estaba que no tenía ni idea de los otros servicios que una red prestaba, a no ser la de hacer de adorno, y que tampoco en su vida había defendido una portería. Viendo mi oportunidad, ocupé la portería contraria todavía vacante. Entonces llegó ella. Mi amada se había hecho con el balón en un rebote, el del único gol que el nieto de aquel patrón difunto había sido capaz de parar. Los tres niños corrían detrás de ella, para arrebatarle la pelota. Se vio así forzada a tirar a portería antes de que le birlaran el esférico. Estaba demasiado lejos. Y lo paré. Lo cierto es que venía rodando por la arena. Sería buena corriendo ; Pero aquel chute fue más bien flojo. Le pasé el balón a mi ahijado, que no lo era tampoco de papeles, el niño se dio la vuelta feliz con la bola reglamentaria de cuero, mientras ella me decía con cara de pocos amigos_ ¡Cómo eres de traidor!_ Me eché a reír_ Si no tienen portero._ Tú, claro. Como eres chiquitín te vas con los peques._ Eso fue un golpe bajo. La Mística tenía mal perder. Me justifiqué nuevamente al tiempo que el balón volvía a mis manos en el momento que uno de mis jugadores se asustó al verla a ella, tan alta y con el cuello tan largo y enérgico, y la cara toda roja,  arremeter contra él_ ¡No tienen portero!_ Entonces avancé lo que pude en el terreno de juego, le mandé directa la pelota al mejor de los delanteros, el niño más bajito y delgado, y ¡Gol! El chaval metió gol a la primera.

_ ¿Qué le vas a hacer? Si así es el juego_ le explicaba el director del coro a la tiple solista, la de la voz virginal_ No te enfurruñes, que esta vez empatamos._ Y con la misma, como era buen mozo aquel nieto cuyo abuelo habían tragado las olas. Lanzó directa la pelota hasta  que llegó casi hasta el ala izquierda de mi portería. Ella llegaba corriendo y estaba casi a las puertas. Me sentí nervioso, abrumado. Mis  jugadores eran buenos en el ataque; pero me habían dejado a mí toda la defensa.

_ ¡No la dejes!_ gritaron._ ¿Cómo vas a dejar que una mujer te meta un gol? _ Ella en su furia, chutó con toda su rabia, posiblemente no sabía ni a donde apuntaba...De haber tenido la portería poste y red, su tiro, que esta vez fue como una bala, habría rebotado posiblemente en el poste de la izquierda. Corrí tras la pelota y la recogí de la arena mientras la atacante rompía a llorar de rabia._ ¡Así ya podréis celebrar mi gol fallido, ñiñatos de mierda!...¿Cómo les había llamado? ¿Ñiñatos de mierda?... Si la virgen mística hubiera sido bruja, en ese momento se los habría merendado vivos, a los niños, que se abrazaban celebrando aquel gol fallido de la parte contraria con mil fiestas y algarabías.

_ Creo que es bastante injusto. ¡Sois tres contra uno! ¡Imbéciles! O ¿no lo veis?_ Aquel objeto de deseo, de mi deseo, se enjugaba las lágrimas. Y yo, habría corrido a consolarla cuando, como un arcángel salido de la nada, un caballero que en el impás emocional de un partido tan absurdo se había hecho con la pelota, se interpuso en el terreno de juego haciendo florituras con sus pies.

_ ¡Es mi padre! _ Gritó orgulloso uno de los niños._ Y el padre de la criatura, algo más alto que yo, delgadito y esbelto..._¡Pues dile a tu padre que se te una a desbancar a una mujer indefensa! ¡Imbécil! ¡Aprovechados!-_ Interrumpió ella_ ¡Que sois unos machistas que ya desde niños odiáis a las mujeres!_ gritaba desaforada.... De esa especie que le suele gustar a las mujeres, el padre de la criatura se inclinó hacia atrás haciendo una chilena y acertó a servirle en bandeja el balón que puso a sus pies._ Esta vez, aunque confundida-vi que los ojos se le quedaban bizcos- supo reaccionar con rápidos reflejos la enfurruñada jugadora, y me metió limpiamente un gol que lo cierto es que ni vi venir, tan ensimismado como estaba en todo lo que estaba ocurriendo. Siempre dije que debía haber sido escritor. Agaché la cabeza humilde, recogí la pelota empapada de agua de mar y rebozada de arena, la cual después de haber atravesado mi portería había terminado en una de esas pozas que siempre se forman durante  la baja mar. Levanté los brazos mientras elegantemente le guiñaba un ojo a aquel salvador oportuno, y exclamé_ ¡Empates! ¡Y fin del partido!