Quizá se veía así misma demasiado joven para él. Y por ende, le veía viejo. Y aunque no le sacaba más de ocho años, u once a lo sumo, posiblemente esa había sido la causa de que ella le rechazara entre risas. Después de haber conseguido de él ser como el perrito faldero que la seguía a todas las partes. Ahora el perrito querría lanzarse al tobillo de la bien amada, morderla con rabia y hacerle sangre ya que no podía alcanzar su altivo cuello ni engancharse a su garganta. Después de que aquella mujer le hubiese hecho albergar tantas ilusiones ahora quería verla morir, o más que morir, verla en una agonía semejante a la suya.
No. La edad no podía ser el impedimento. Él se había empeñado, durante todo aquel tiempo, en demostrar lo fuerte que estaba. Y ella lo había visto, que se conservaba ágil como un chaval. Hacía dos veranos les había dado a los dos por ir a jugar al futbol con unos amigos. Le gustaba verla correr, grácil y enérgica simultáneamente, como sólo las mujeres pueden serlo. Contemplar aquel cuerpo casi perfecto, de atleta, era su único anhelo. Si hubieran llegado a casarse ni siquiera le habría pedido tener hijos, ¿Para qué? Él ya tenía una especie de hijo adoptivo de quien ocuparse, el hijo de la vecina alcohólica, la que vivía a la vuelta de la esquina en una calle adyacente a la suya, subiendo ya al barrio viejo. Aquel domingo le había sido imposible acudir con los cruasanes y juntarse al desayuno. La chica del despacho del pan parecía haber cambiado el horario. Ahora los domingos sólo abría de diez de la mañana a dos de la tarde, cuando lo habitual hubiese sido de ocho a una y media... Rezongó y se dio media vuelta en la cama. No pensaba levantarse ni a comer. Acaso lo haría sobre las tres para volverse luego otra vez a la cama. Prefería, en aquellas circunstancias, soñar antes que salir a la calle y vagabundear un domingo cualquiera, invernal, anodino y triste introduciéndose dentro de aquella neblina de perfiles desdibujados e indefinidos hasta el aburrimiento mortal; Calígine persistente, gélida y quieta que empapaba todo... Prefería, imaginarse el paseo....Uno con su amiga. Por en cima de todo, ella era su amiga. Había sido su amiga. Y él lo había fastidiado todo dejándose llevar por la carne.
Recordó los partidos de futbol de playa los domingos de bajamar. Él ya se había convertido en todo un forofo en los viejos tiempos en que fue camarero en el bar emblema, principal patrocinador de los muchachos futbolistas que descollaban en el pueblo, centro de reuniones de los futbol aficionados de la villa e hinchas incondicionales del equipo local...Disfrutaban todos... Ella venía con ellos, o él iba con ellos porque ellos iban con ella... Aunque en realidad, la idea del partido había sido de él. "¡No creáis que me vais a dejar atrás! ¡Os voy a dar una quemada!" Había exclamado, contento, eufórico, a pesar de tener ya los miembros medio entumecidos por la carencia de cualquier tipo de entrenamiento. Pero él, para ganar, sólo necesitaba imaginación y una voluntad rayana en la autoinmolación. En el fragor de la competición, estaba dispuesto a morir en cada uno y todos de los instantes que veía como oportunidades preciosas para salvar el partido a favor de su equipo, y dejarles a todos con la boca abierta. Al beatón, que debido a su abulia de director de orquesta no iba más allá de ocupar la portería, y que no pensaba para nada en arriesgar su buena calma por ganar o perder; Al delantero preferido, aquel niño de once años, aquel niño sin amigos, el de los cruasanes. Los cruasanes le daban siempre mucha energía. A ella, la centro campista, que jugaba lo mismo de lateral izquierda o de defensa, y que como él decía graciosamente, era como un "tres en uno". A los tres o cuatro integrantes del coro, aquellos jóvenes tímidos, a los que había que sacudir la timidez, y que fuera del refugio de la coral, debían enfrentarse al mundo con habilidades más útiles, y el futbol playero era una de ellas...Claro que no formaban parte de la liga oficial del futbol playero del pueblo. El tiempo de duración del partido duraba lo que les duraba el resuello. Primero, como calentamiento previo habían estado viendo jugar a los "profesionales" y así casi se les había pasado la mañana. Luego, ya cerca del mediodía, ellos habían aprovechado los bastos campos dibujados en la arena, extenuantes de punta a punta. Las porterías eran demasiado anchas para defenderse propiamente, y el portero solía de vez en cuando detener el tiempo hasta para echarle un vistazo a su misal, no sea que se lo robaran o acabara tragado por la arena. Era ¡tan fácil! meter un gol.
_ ¡No creáis que me vais a dejar atrás!_ Eso les dije.. Mi tono era el tono de broma, aunque por dentro estuviera hecho un volcán._ ¡Os voy a dar una quemada!_ Exclamé al tiempo que me lanzaba a la carrera._ Aunque tengo ya mis cuarenta y cinco estoy hecho un chaval..._ no entiendo porqué tuve que dar explicaciones. Tampoco sabía muy bien lo que quería; Si me gustaba que ella estuviera también jugando en el campo o no me gustaba. A los dos minutos de semejante salida sentí un peso en el pecho que parecía que me iba a fulminar. No era físico. No podía ser físico. Sin mujer, sin hijos, sin obligaciones, haciendo la vida que quiero...No puede ser que sufra de agotamiento físico permanente. Era algo moral. Es moral.
Le pasé la pelota a mi hijo adoptivo. Me hice a un lado, mientras los demás corrían. Ella más que nadie, donde la distancia de portería a portería no parecía ser impedimento ninguno.
Luego, de pronto, sentí que alguien clavaba sus ojos en mi nuca. Era esa mujer que dicen que es una madre soltera, con sus dos hijos, los niños se habían apuntado al equipo invisible contrincante. Y Ella, la que va de ser mi amor platónico, la que tiene que ser mía, agitaba la mano mientras corría en pos del balón, en plan de dar la bien venida a los nuevos jugadores espontáneos... La artista del pueblo, se creía la artista del pueblo, la madre soltera. Una mujer sin filtros. Una mujer libre. Y parecían amigas, Ella y la madre soltera, la artista. Era lo que me faltaba. Una interrupción abrupta en forma de mujer curvilínea, con dos hijos tenidos por su cuenta: Pintora, escultora, música, directora de cortos de cine, aficionada que no lo hacía nada mal, colaboradora frecuente del periódico regional de más tirada. Lo tenía todo, además de dinero para poder dedicarse a ser quien era. Y ¿esas son amigas? ¿Había caído él, un comunista, afiliado al partido de los trabajadores desde los tiempos de la clandestinidad, él, uno de los que prepararon la venida de Carrillo a España desde el exilio, o al menos uno de los que formaban la gruesa piel de los brazos derechos de aquel viejo prócer de la patria nueva... Había caído, sin percibirlo antes, en el estrecho y rancio círculo de la flor y nata del pueblo?...Sólo de pensarlo me entraron ganas de devolver. Siempre con el estómago vacío. Otra vez abatido, sentí que era culpa mía. Tuve ganas de meterme un tiro en la sien... Si alguien iba a escribir mi vida para una película, no sería aquella guionista del tres al cuarto, ese sería yo; Pero antes, antes me llevaría a unos cuantos por delante.
Estuve pensando en incorporarme otra vez al partido o no. Mi hijo adoptivo, de corazón en aquel momento aciago, no de papeles, ni lo sería nunca, parecía disfrutar con la llegada de los dos chavalines. Vi que instintivamente jugaban apoyándose los tres. El Beatón se sintió acosado de pronto y tuvo que olvidar su misal. Lo protegió a toda prisa envolviéndolo en su chaquetón de paño azul, aquel chaquetón de marinero con botones dorados, y que iba tan a juego con su gorra de lobo de mar...Siempre hablaba de su abuelo que fue patrón mayor, y que había muerto entre las olas después de una lucha titánica, cuando se tiraba de las traineras todavía a remo; Pero el director de orquesta nunca en su vida había tirado de una red. Y a la vista estaba que no tenía ni idea de los otros servicios que una red prestaba, a no ser la de hacer de adorno, y que tampoco en su vida había defendido una portería. Viendo mi oportunidad, ocupé la portería contraria todavía vacante. Entonces llegó ella. Mi amada se había hecho con el balón en un rebote, el del único gol que el nieto de aquel patrón difunto había sido capaz de parar. Los tres niños corrían detrás de ella, para arrebatarle la pelota. Se vio así forzada a tirar a portería antes de que le birlaran el esférico. Estaba demasiado lejos. Y lo paré. Lo cierto es que venía rodando por la arena. Sería buena corriendo ; Pero aquel chute fue más bien flojo. Le pasé el balón a mi ahijado, que no lo era tampoco de papeles, el niño se dio la vuelta feliz con la bola reglamentaria de cuero, mientras ella me decía con cara de pocos amigos_ ¡Cómo eres de traidor!_ Me eché a reír_ Si no tienen portero._ Tú, claro. Como eres chiquitín te vas con los peques._ Eso fue un golpe bajo. La Mística tenía mal perder. Me justifiqué nuevamente al tiempo que el balón volvía a mis manos en el momento que uno de mis jugadores se asustó al verla a ella, tan alta y con el cuello tan largo y enérgico, y la cara toda roja, arremeter contra él_ ¡No tienen portero!_ Entonces avancé lo que pude en el terreno de juego, le mandé directa la pelota al mejor de los delanteros, el niño más bajito y delgado, y ¡Gol! El chaval metió gol a la primera.
_ ¿Qué le vas a hacer? Si así es el juego_ le explicaba el director del coro a la tiple solista, la de la voz virginal_ No te enfurruñes, que esta vez empatamos._ Y con la misma, como era buen mozo aquel nieto cuyo abuelo habían tragado las olas. Lanzó directa la pelota hasta que llegó casi hasta el ala izquierda de mi portería. Ella llegaba corriendo y estaba casi a las puertas. Me sentí nervioso, abrumado. Mis jugadores eran buenos en el ataque; pero me habían dejado a mí toda la defensa.
_ ¡No la dejes!_ gritaron._ ¿Cómo vas a dejar que una mujer te meta un gol? _ Ella en su furia, chutó con toda su rabia, posiblemente no sabía ni a donde apuntaba...De haber tenido la portería poste y red, su tiro, que esta vez fue como una bala, habría rebotado posiblemente en el poste de la izquierda. Corrí tras la pelota y la recogí de la arena mientras la atacante rompía a llorar de rabia._ ¡Así ya podréis celebrar mi gol fallido, niñatos de mierda!...¿Cómo les había llamado? ¿Niñatos de mierda?... Si la virgen mística hubiera sido bruja, en ese momento se los habría merendado vivos, a los niños, que se abrazaban celebrando aquel gol fallido de la parte contraria con mil fiestas y algarabías.
_ Creo que es bastante injusto. ¡Sois tres contra uno! ¡Imbéciles! O ¿no lo veis?_ Aquel objeto de deseo, de mi deseo, se enjugaba las lágrimas. Y yo, habría corrido a consolarla cuando, como un arcángel salido de la nada, un caballero que en el impás emocional de un partido tan absurdo se había hecho con la pelota, se interpuso en el terreno de juego haciendo florituras con sus pies.
_ ¡Es mi padre! _ Gritó orgulloso uno de los niños._ Y el padre de la criatura, algo más alto que yo, delgadito y esbelto..._¡Pues dile a tu padre que se te una a desbancar a una mujer indefensa! ¡Imbécil! ¡Aprovechados!-_ Interrumpió ella_ ¡Que sois unos machistas que ya desde niños odiáis a las mujeres!_ gritaba desaforada.... De esa especie que le suele gustar a las mujeres, el padre de la criatura se inclinó hacia atrás haciendo una chilena y acertó a servirle en bandeja el balón que puso a sus pies._ Esta vez, aunque confundida-vi que los ojos se le quedaban bizcos- supo reaccionar con rápidos reflejos la enfurruñada jugadora, y me metió limpiamente un gol que lo cierto es que ni vi venir, tan ensimismado como estaba en todo lo que estaba ocurriendo. Siempre dije que debía haber sido escritor. Agaché la cabeza humilde, recogí la pelota empapada de agua de mar y rebozada de arena, la cual después de haber atravesado mi portería había terminado en una de esas pozas que siempre se forman durante la baja mar. Levanté los brazos mientras elegantemente le guiñaba un ojo a aquel salvador oportuno, y exclamé_ ¡Empates! ¡Y fin del partido!
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