martes, 23 de febrero de 2021

Almacén de recuerdos 2

 


   Es muy doloroso entregarse a alguien en cuerpo y alma, rebajarse, llorarle un "te quiero", ver claramente en una sola persona la cristalización de tus ideales, reflejo quizás de lo que nuestra madre fue siendo joven. Ahora, ni siquiera nosotros mismos podemos denominarnos todavía como jóvenes. ¿Somos jóvenes aún? ¿Somos todavía jóvenes? Mis padres_ Julián meditaba_ son muy mayores, y lo que no quiero es vivir a su costa.


   _ Pues conozco a muchos que viven a costa de sus padres. Hay padres que pueden permitírselo. ¿Verdad, Nurita?_ ¿Dónde se había quedado Nurita?... María José echaba un pequeño sorbito a su cerveza y seguía el tema de conversación. Cuando María José entraba en la vida de uno, siempre se encontraba un tema de conversación._ Yo, por desgracia, perdí bien joven a  los míos. Pero conozco a alguno, que "para y vámonos." Que a veces, teniendo padres todavía, ni los tratan bien. Como uno que yo me sé, que vive con su madre viuda. Todavía, hasta le levanta la mano. ¿Tú crees que se puede consentir eso? Todavía me pongo en su pellejo, en el de ese infeliz_ proseguía Marijose- tenía alma de novelista-.

 "Le dio rabia, y le entró como una especie de asco cuando la vio temblar, a la mi pobre, una pobre madre que tiene que sufrir como su propio hijo le pega mientras oye sus gritos, no los propios cuya vergüenza reprime, si no los del vástago.... ¿Cuándo entenderán que él, una inteligencia de las más preclaras_ en esas Marijosé se apoderaba del pequeño escenario improvisado e inspirador que formaban las entrañas del Bush-Bareto, y así como recostada sobre un antebrazo contra el cutre mostrador lleno de viejas marcas de vaso y el vaso de birra en esa mano, y haciendo aspavientos con la otra levantaba su otra corta extremidad como pretendiendo ser un molino de viento. En fin, que también era teatro- aficionada, y gustaba de interpretar todo lo que contaba._ ¡Una inteligencia de las más preclaras!_ repetía y exclamaba a un tiempo, Marijose, en el instante en que se metía en las entretelas de aquel monstruo, posiblemente algún vecino del cual estaba hasta la coronilla por los numeritos que montaba. La próxima vez que le oyera pensaba llamar a la policía._ ¡Preclara! ¡Preclara! ¡No sé si entendéis ese vocablo! Pero yo solito puedo salir de mis problemas y solucionarme la vida. Sólo necesito que me dejes en paz ¡vieja del demonio! Sólo necesito a la gente de mi partido, no sé si te enteras. Que deje a ese gente ¡me dice la vieja idiota! Que me estoy haciendo un violento ¡Qué violento ni que violenta! Tú_ grita con dedo acusador señalando a su madre, la cual acurrucada en una banqueta en la cocina esconde la cabeza en el delantal_ Tú sigue votando ¡a los curas! Y ¡a las monjas!. A mí los únicos que me entienden son los obreros_ "Será por lo mucho que trabajas" pensaba la madre para sus adentros._ ¡El proletariado! La gente de mi partido. Ellos son los únicos que entiendo, que quiero entender, y que me apoyan"

    Marijosé hizo un impás, dejó el desdoblamiento a parte_ Y después de ese punto, al tiempo que posaba en la parte mínimamente limpia de la barra minúscula del Bush.Bareto su vaso, se interrumpió a sí misma_ ¡Pero bueno! ¿A qué hora empieza la gente a venir por aquí?

      Entonces, respondió la voz del barman. _ A ver. Las doce del medio día es una hora rara. Los coloquios de intelectuales, las lecturas de versados en la materia que sea, los recitales de poesía improvisados, el rap ese que se escucha por ahí; pero que aquí en España todavía no ha calado; Esas cosas suelen ser como a partir de las ocho de la tarde más o menos.

   _ Pues yo así._ Suspiró Marijose:_  De verdad, que no puedo seguir.

 

Almacén de recuerdos 1

 

   

   Él se cree más que ella, lo que no es así. Y ella le ve a él como a un sol- palabras textuales suyas- a la manera de un Salvador, parece haberle convertido en su ídolo. Y nada es así, tal y como lo perciben sus protagonistas. Simplemente, ella está enamorada, y él está poseído de si mismo. Pero Nuria es una belleza, mientras que él es más bien feo. Por eso, cuando él la ve, a ella, es cuando se baja de su pedestal. Y si acaso vislumbra algo bello en un escaparate, algo femenino, entonces entra, y se permite gastar en perendengues para ella, lo que a su triste figura jamás le dedicaría. Que sepa el mundo que él, Don Julián Muñoz Casares, licenciado en Biología, mas alejado de todo propósito de intento de sacarse una oposición y asentarse en esta vida, ha sido capaz de conquistar a toda una belleza._ Tú, es que no te sabes sacar partido, mujer_ Y ahí van unos guantes calados hasta el el codo._ Eres demasiado simple_ Continúa. Y ahí va un anillo de plata sobre uno de los dediles del guante engrosado de mano tan bella y fina.

   Nuria Amalia Acosta es muy blanca. Nadie diría que es cubana. Más alta que él, todo un cuerpazo; Pero muy tímida. Nada más llegar de Cuba, la primera vez que pisó la plaza del pueblo, un domingo, la hicieron tal corrillo que había quedado medio traumatizada. No volvió a salir a la calle. Intentó sacarse algún curso a distancia por la Academia CCC. Primero, costura. Luego, mecanografía y taquigrafía.

   Se conocieron de pura casualidad en los ochenta. Él, un biólogo frustrado, decidió abrir un bar medio escondido en las entrañas de un bello paraje. Llegar al Bush-Bareto era ya en sí, toda una aventura. Ella trabajaba en la oficina de un almacén para mayoristas. Negocio familiar que llevaban principalmente  sus hermanos. Y la que llegaría a ser con el tiempo su futura cuñada, la marimacha de María José, que lo mismo hacía inventario del almacén que limpiaba el servicio , mientras atendía una pequeña  huerta a la parte de atrás de la nave, hizo el resto, cuando al dueño del Bush-Bareto le retiraron el carné de conducir.

   María José arrancó la furgoneta pequeña. No era cosa de perder un buen cliente. Y los hermanos de Sonia ya estaban bastante ocupados atendiendo pedidos grandes.

   _ Además ese sitio está en el culo del mundo._ Se había quejado Antonio.

   _ No pasa nada. ¿Cómo no vamos a ir si es el sitio de moda? ¿Verdad Nurita? _ Dijo María José con todo su salero. Y le guiñó el ojo a la otra.

    Nurita tenía casi los treinta. Se había convertido en un alma lánguida, melancólica y triste. A lo más que llegaba era a pasar a máquina las cartas comerciales, y a tener bien ordenado, por nombres y por fecha, el archivo documental de la empresa.    

   _ Vamos el sábado por la mañana, y volvemos por la tarde. Habrá algún sitio cerca para comer, digo yo. Y si no, nos llevamos unos bocadillos.

_ A mí me han dicho que no tiene ni retrete para mujeres. Incluso dudo de que consiguiera en su momento licencia de apertura._ rezongó uno de los hermanos Acosta, cubanos de nacimiento; Pero hijos de españoles, antiguos dueños de un ingenio en la isla de ******, y unos almacenes en La Habana, gente formal, muy educada, muy seria, trabajadora, moderna, tan moderna que tenían contratada a una moza de almacén, en vez de a un mozo, María José, huérfana de unos buenos y antiguos clientes fallecidos en accidente de tráfico, y hermana mayor de cuatro renacuajos.

_ Ya está, Genaro, más interesante me lo pones. Yo quiero salir a ligar. Y ese es el sitio de moda. No sé si lo ves.

_ Lo veo, lo veo_ reía Genaro._ pero principia por quitarte esos pantalones de chándal y esas botas. Ponte un vestido, mujer.

_ ¿Un vestido que pueda ponerme con botas?

_ Si tú lo dices. Pregúntale a Nurita, otra destartalada.

    Nuria siempre llevaba sandalias. Por aquella época su estilo era un poco hippie. Y aunque ese estilo ya solo lo llevaban los nostálgicos, Nuria lo llevaba por comodidad, y quizá un poco por dejadez.

   Se llevaban bien las dos, eran almas opuestas más que complementarias. Y creyentes. Ser creyente en los ochenta significaba a veces estar fuera de la iglesia. Eran dos almas de cántaro, las dos, incipientes iniciadas al yoga mientras rezaban el rosario. Las monjas de un convento cercano estaban tras ellas ofreciéndoles la entrada como novicias en su destartalada comunidad. 

 

 

Almacén de recuerdos 3

    



   El problema es que él no era feliz. Sus padres se metían demasiado en sus asuntos. Y él estaría mucho más satisfecho de su propia vida si ellos no existieran. Pero ¿Cómo podría explicárselo? "Lleváis toda la vida protegiéndome. Sois muy cansinos." 

    El joven que hablaba así era un vasquito, posiblemente de Bilbao, alto y delgado, más que de Vizcaya, su fenotipo debía de provenir de Las Landas. Tenía un porrito en la mano y le estaba metiendo la chapa a Nurita, la cual no acababa de sacarle el gusto al té "si por lo menos llevara unas pastas. Ella, que era tan dulcera....Cómo podía haberle terminado convenciendo esta Marijose de hacer semejante excursión. Porque no podía denominarse de otra cosa a ese transporte extraño. Que quería ir a ligar. No habrá sitios mejores en Laredo o Colindres. Por lo menos hay aceras. De pasear, nada. Olvídate con aquellas sandalias suyas. Al cruzar el riachuelo pensó en descalzarse. Menos mal que el dueño del lugar- o ¿señor del lugar debería decir?- asomó por un ventano del chiringuito su cabeza como un sol, desparramada sobre el marco que hacía de alfeizar su cabellera desortijada, rubia como la miel y brillante como...como los brillantes, amatistas, ágatas. ¡Oh Dios! Se había enamorado. ¿Cómo no enamorarse? Había sido tan... tan galante, tan hidalgo. Tan-tan- tan. Nurita sonreía, cantaba por dentro. El té ya debía de estar templado, con bien de azucar sabía rico...  ¿Sabéis? Salió raudo como un caballero para asir su mano con la suya, calluda, morena y fuerte, donde ella pudo apoyarse y volverse a calzar, luego les indicó a Marijose, que es siempre una precipitada, y a ella, a la cual no soltó de la mano en todo el rato,  el camino del puente... Mejor, puentecillo. Aquel Brillante Señor del Lugar lo había construido con sus propias manos, aquellas manos suyas, inquietas, atezadas, viriles...El puentecillo era una mezcla de ingeniería rústica y moderna al mismo tiempo... Nurita, la cual se había pasado toda su niñez creyendo en los cuentos de hadas, se sintió como en uno de esos cuentos hecho realidad. El joven vasco se había callado un rato, sus pensamientos divagaban perdidos en un mar de rencores.

  No soltó su mano. No, no había soltado su mano hasta hallarse ella, la joya adorada,  cómodamente sentada en el velador que había sobre una medio escondida plataforma donde sobresalía una pared de cristal de colores hecha con botellas, o ¿era un cobertizo? Sí, aquello parecía un antiguo pajar. Las vigas se cruzaban sobre su cabeza. Pendientes de algunas de las más exteriores colgaban unas madreselvas, y unos kiwis, posiblemente, los primeros que se habían plantado en todo el norte de España. Nurita jamás había visto aquella extraña fruta con pelo. Qué cosas tan raras...El joven de Bilbao bebía cerveza. Su pelo rubio sin brillo, blanquecino y lacio se le pegaba a la frente. Decía que estaba estudiando Comunicaciones y que estaba hasta las pelotas de haberse pasado la vida estudiando. Que aunque su padre era ingeniero industrial, no podía comparar la ingeniería de comunicaciones, con la suya, que al fin y al cabo no dejaba de ser un mecánico. Mientras que él, a él sólo le faltaba que le plantaran unos electrodos en la cabeza para ir conectado a todas partes. Que estaba hasta las pelotas del puto ordenador y los putos comandos. Que se le estaba quedando el culo plano con el cuerpo todo el día pegado a la silla. Que cuando se levantaba de frente a la mesa de estudio le dolían hasta las rodillas. Que nunca llegaría a colapsarse su masa muscular porque jamás la desarrollaría en su puta vida, con aquella puta vida de mierda. Que la asignatura de programación se la regalaba a su madre, funcionaria dentro de la incipiente maquinaria del recién nacido Gobierno vasco. ¡Que ya estaba bien de perder su vida!...

    Sí, eso. ya estaba bien. ¿Dónde se había metido su amor? "Creo que está dentro, en la casa, o en el chiringuito?" Y "¿Dónde se habrá metido Marijose?..."

    Bajo la solana enorme y saliente donde resplandecía el sol del medio día, la penumbra no le dejaba vislumbrar el interior del bar. La puerta era bajita y estrecha, hecha de tablas de obra, y pintada, o mejor despintada, de parchones de color verde aguamarina, cal y azul añil. En unas letras rojo bermellón se leía la palabra bar. Allí dentro, sentada en una banqueta alta parecía distinguir la cadera ancha y la espalda estrecha de Marijose. ¡Muy bonito! Ella pelando la pava con un hombre interesante y ella allí, como una flor mustia escuchando el drama de un loco, o mejor sea dicho, lo que parecía un pijo frustrado. Marijose le habría denominado así con todas las letras.