Él se cree más que ella, lo que no es así. Y ella le ve a él como a un sol- palabras textuales suyas- a la manera de un Salvador, parece haberle convertido en su ídolo. Y nada es así, tal y como lo perciben sus protagonistas. Simplemente, ella está enamorada, y él está poseído de si mismo. Pero Nuria es una belleza, mientras que él es más bien feo. Por eso, cuando él la ve, a ella, es cuando se baja de su pedestal. Y si acaso vislumbra algo bello en un escaparate, algo femenino, entonces entra, y se permite gastar en perendengues para ella, lo que a su triste figura jamás le dedicaría. Que sepa el mundo que él, Don Julián Muñoz Casares, licenciado en Biología, mas alejado de todo propósito de intento de sacarse una oposición y asentarse en esta vida, ha sido capaz de conquistar a toda una belleza._ Tú, es que no te sabes sacar partido, mujer_ Y ahí van unos guantes calados hasta el el codo._ Eres demasiado simple_ Continúa. Y ahí va un anillo de plata sobre uno de los dediles del guante engrosado de mano tan bella y fina.
Nuria Amalia Acosta es muy blanca. Nadie diría que es cubana. Más alta que él, todo un cuerpazo; Pero muy tímida. Nada más llegar de Cuba, la primera vez que pisó la plaza del pueblo, un domingo, la hicieron tal corrillo que había quedado medio traumatizada. No volvió a salir a la calle. Intentó sacarse algún curso a distancia por la Academia CCC. Primero, costura. Luego, mecanografía y taquigrafía.
Se conocieron de pura casualidad en los ochenta. Él, un biólogo frustrado, decidió abrir un bar medio escondido en las entrañas de un bello paraje. Llegar al Bush-Bareto era ya en sí, toda una aventura. Ella trabajaba en la oficina de un almacén para mayoristas. Negocio familiar que llevaban principalmente sus hermanos. Y la que llegaría a ser con el tiempo su futura cuñada, la marimacha de María José, que lo mismo hacía inventario del almacén que limpiaba el servicio , mientras atendía una pequeña huerta a la parte de atrás de la nave, hizo el resto, cuando al dueño del Bush-Bareto le retiraron el carné de conducir.
María José arrancó la furgoneta pequeña. No era cosa de perder un buen cliente. Y los hermanos de Sonia ya estaban bastante ocupados atendiendo pedidos grandes.
_ Además ese sitio está en el culo del mundo._ Se había quejado Antonio.
_ No pasa nada. ¿Cómo no vamos a ir si es el sitio de moda? ¿Verdad Nurita? _ Dijo María José con todo su salero. Y le guiñó el ojo a la otra.
Nurita tenía casi los treinta. Se había convertido en un alma lánguida, melancólica y triste. A lo más que llegaba era a pasar a máquina las cartas comerciales, y a tener bien ordenado, por nombres y por fecha, el archivo documental de la empresa.
_ Vamos el sábado por la mañana, y volvemos por la tarde. Habrá algún sitio cerca para comer, digo yo. Y si no, nos llevamos unos bocadillos.
_ A mí me han dicho que no tiene ni retrete para mujeres. Incluso dudo de que consiguiera en su momento licencia de apertura._ rezongó uno de los hermanos Acosta, cubanos de nacimiento; Pero hijos de españoles, antiguos dueños de un ingenio en la isla de ******, y unos almacenes en La Habana, gente formal, muy educada, muy seria, trabajadora, moderna, tan moderna que tenían contratada a una moza de almacén, en vez de a un mozo, María José, huérfana de unos buenos y antiguos clientes fallecidos en accidente de tráfico, y hermana mayor de cuatro renacuajos.
_ Ya está, Genaro, más interesante me lo pones. Yo quiero salir a ligar. Y ese es el sitio de moda. No sé si lo ves.
_ Lo veo, lo veo_ reía Genaro._ pero principia por quitarte esos pantalones de chándal y esas botas. Ponte un vestido, mujer.
_ ¿Un vestido que pueda ponerme con botas?
_ Si tú lo dices. Pregúntale a Nurita, otra destartalada.
Nuria siempre llevaba sandalias. Por aquella época su estilo era un poco hippie. Y aunque ese estilo ya solo lo llevaban los nostálgicos, Nuria lo llevaba por comodidad, y quizá un poco por dejadez.
Se llevaban bien las dos, eran almas opuestas más que complementarias. Y creyentes. Ser creyente en los ochenta significaba a veces estar fuera de la iglesia. Eran dos almas de cántaro, las dos, incipientes iniciadas al yoga mientras rezaban el rosario. Las monjas de un convento cercano estaban tras ellas ofreciéndoles la entrada como novicias en su destartalada comunidad.
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